Darío Enríquez

Crisis sociocultural más allá del coronavirus

Pandemia ha agravado los problemas preexistentes

Crisis sociocultural más allá del coronavirus
Darío Enríquez
25 de agosto del 2020


Una semana tras otra observamos perplejos cómo es que el contexto de crisis sanitaria  ha puesto en evidencia diversas fracturas y desequilibrios socioculturales en nuestros países. En el caso del Perú, que seguimos con mayor detalle por obvias razones, muestra una inusitada y violenta transición desde una posición de gran expectativa, por su  dinamismo económico (aunque ralentizado en los últimos ocho años), hacia otra posición de inviabilidad social para un país fragmentado, en conflicto y sin rumbo.

Si bien es cierto que el Gobierno del presidente Vizcarra tendrá que asumir más temprano que tarde las consecuencias de gruesos errores cometidos en el manejo de la crisis sanitaria global, lo que se vive hoy en el Perú trasciende notoriamente los espacios y tiempos del gobernante de turno. Lo sucedido este último fin de semana en una discoteca del emergente distrito de Los Olivos, en la zona norte de Lima, es una expresión más de una crisis social de tal envergadura que amenaza con bloquear el necesario y urgente proceso de relanzamiento económico, que debería llevarse a efecto en los próximos meses.  

Tratar de describir lo sucedido a una persona que conoce poco o nada del Perú es una tarea complicada. «Pese a la prohibición de convocar eventos o reuniones masivas, una discoteca organizó una fiesta nocturna que congregó a 120 personas, la mayor parte de ellos muy jóvenes. La Policía intervino para dar fin a la fiesta y proceder a los arrestos correspondientes. Al final hubo trece muertos, doce mujeres y un varón» ¿Perdón? ¿Cómo así? ¿Qué pasó? Pues una cadena de despropósitos, uno tras otro, llevaron a un saldo tan inimaginable como absurdo y funesto.

Antes de comentar algunos detalles, debemos hacer un deslinde. En un ambiente tan crispado como el que se vive en el Perú, aclaramos que en ningún momento tenemos afán alguno de «defender» (véase las comillas) a los organizadores del evento, responsables directísimos de lo sucedido, quienes deben pagar con las sanciones máximas previstas por las leyes vigentes. Sin duda alguna. Es increíble que tengamos que hacer este deslinde, pero así han sido casi siempre las cosas; y hoy ese rasgo tan nuestro de no atender hechos o dichos sino «interpretar» las supuestas intenciones de un opinante que nos disgusta, se ha acentuado aún más en estos tiempos. Ni modo.

Sin embargo, nos preocupa mucho más un peligroso desquiciamiento social que se asoma entre quienes pretenden justificar y hasta celebran (esto ya raya en lo patológico) estas muertes absolutamente innecesarias y evitables. Es hasta una falta de respeto que las autoridades hayan revelado, en complicidad con algunos medios de comunicación, detalles de la vida íntima familiar de esas personas lamentablemente fallecidas. Se ha «farandulizado» el tema con los peores instrumentos de la peor prensa.

La sanción, tanto a organizadores como a asistentes a la fiesta, debe darse. Eso no está en discusión. Pero los infractores deberían estar presos y multados, no muertos por asfixia y aplastamiento cuando trataban de huir y el comando policial perdió el control de la intervención. Es evidente que debe investigarse por qué y cómo se precipitaron los hechos. Eso no afecta en nada nuestro reconocimiento a FF.AA. y FF.PP. por su labor en la crisis sanitaria. Reconocimiento que además extendemos, por supuesto, al personal médico, enfermeros, auxiliares, bomberos y toda las personas que han continuado laborando en trabajos llamados «esenciales», arriesgando su integridad física para sostener el funcionamiento necesario en la dotación de bienes y servicios.

La Policía Nacional del Perú debe responder por este operativo que terminó con un saldo absurdamente trágico. Hay elementos adicionales que deben incluirse en la investigación. El operativo policial contaba con la presencia de periodistas y cámaras ¿Qué hacían allí? ¿Por qué se permite la presencia de personas extrañas? ¿Quién responde si un periodista o un camarógrafo resulta herido o muerto? ¿Acaso estaban «cocinando» un show mediático? ¿Tal vez haya tráfico de «primicias»? Sabemos hoy que vecinos del lugar denunciaron desde las 4 p.m. del mismo sábado 22 que se estaba organizando una fiesta en esa discoteca. Las autoridades lo supieron en ese momento y la intervención fue recién a las 10 p.m., seis horas después. Con esa información pudo intervenirse el local incluso antes de que iniciara la fiesta ¿Por qué no se hizo? Estas y muchas otras interrogantes deben ser levantadas para bien de nuestra sociedad. Meter la «suciedad» bajo la alfombra no puede seguir siendo la norma. Debería investigarse con seriedad, objetividad y sobre todo reserva. Ninguna algarada mediática debe tolerarse. Ninguna.

No se pretende en modo alguno, exculpar a los principales responsables, pues tanto organizadores como asistentes a la discoteca quebraron una y varias normas. Eso es indiscutible. Pero atendamos hechos y consecuencias. Hay un gran trecho, una distancia sideral, entre desacatar una norma como esa y morir asfixiado o aplastado. Ese trecho enorme debería investigarse. Una de las razones por las que nuestra sociedad está en grave crisis social es que tanto la verdad como la vida son despreciadas por unos y por otros. Estamos viviendo la condena de sostener una precaria sociedad de baja confianza. Recuperemos esa confianza. Nuestra viabilidad como país está en juego.

Darío Enríquez
25 de agosto del 2020

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