Neptalí Carpio
Contra los empresarios y los trabajadores
No existe antagonismo irreconciliable entre el capital y el trabajo

El infantilismo de los sectores de izquierda, y de otros, que lindan con una actitud anarquista frente al capitalismo, los lleva no solo a un discurso anti empresarial, sino también, en sus efectos, contra los propios trabajadores, a los que dicen defender. Es un comportamiento presente tanto en la política como en el propio Ministerio de Trabajo, cuando se pone una serie de obstáculos para que las empresas puedan acogerse a la modalidad de la suspensión perfecta. O cuando se pretende que la gran empresa casi no tenga derecho a los créditos del programa Reactiva Perú.
Si una política pública termina por provocar la descapitalización de las empresas, al final será casi inevitable el quiebre de esas empresas y el despido total de sus trabajadores. Si se pretende que los créditos solo lleguen a las mypes, no se entiende que eso atenta contra la integración horizontal y vertical de la economía, ahí donde muchas empresas grandes utilizan sistemas de subcontratación con miles de mypes para producir bienes y servicios. De igual manera, si los créditos no llegan a las pequeñas empresas, estás tampoco podrán cumplir con la demanda de grandes empresas, como ocurre en la producción de muebles, artesanía o confecciones y diversos productos que son demandados por los centros comerciales.
Las anteojeras ideológicas de un sector de la izquierda y de muchos funcionarios estatales, les hace creer que las pequeñas o micro empresas actúan de manera divorciada de la gran empresa, cual Robinson Crusoe, en el mundo de la fabricación de bienes, servicios y sus ventas. De hecho, la extensión de los mecanismos outsoursing hace que diversas grandes empresas tercericen gran parte de sus servicios, comprometiendo a una vasta red de pequeñas empresas, en gran parte para disminuir los costos de producción. Por ejemplo, Topy Top, la primera gran empresa en exportaciones de confecciones, utiliza una red de miles de talleres en San Juan de Lurigancho, El Agustino y el Rímac para producir la alta demanda de polos, camisas y pantalones jean para asegurar una alta producción. Contrata con pequeñas o medianas empresas para la impresión de etiquetas y bolsas. De igual manera, las cuatro empresas de telefonía móvil subcontratan con cientos de pequeñas empresas para la instalación de redes, conexión de nuevos usuarios y la venta de productos, bajo la modalidad de concesión. Una cosa similar, ocurre con las empresas cerveceras articuladas a una vasta red de distribuidoras y establecimientos donde actúan miles de pequeñas y micro empresas.
Es absurdo, por tanto, realizar una contraposición extrema entre el crédito para la gran empresa, la mediana, la pequeña y micro empresa. Para un sector infantil de la izquierda, la gran empresa no debería recibir créditos o muy poco. Imaginan que, si solo se orienta el crédito a las mypes, se promoverá grandes cantidades de empleo. Por ello, el justo reclamo de una mayor extensión de crédito para las pequeñas unidades productivas debe ir acompañada del respaldo a aquellas empresas grandes que sí han logrado altos niveles de articulación con las pequeñas unidades productivas. Los izquierdistas, no tienen la mínima idea de los altos estándares de integración vertical y horizontal que existe en nuestra economía. En el fondo, culturalmente solo han cambiado su discurso de apoyo a la “clase obrera”, como clase dirigente, por el unilateral discurso de apoyo a la microempresa, contraponiéndola a la gran empresa, casi solo por intereses políticos. Ahora creen que la micro empresa, es algo así como una nueva clase dirigente, contrapuesta a la gran empresa, cuando la realidad es mucho más compleja y variada, por las propias características del desarrollo capitalista en el Perú.
Un comportamiento similar ocurre en el caso de la aplicación de la modalidad de “suspensión perfecta”, establecida por decretos supremos, promulgados por el Ministerio de Trabajo. La ínfima cantidad de casos aceptados por ese ministerio (menos del 2%), de un total de 28,000 empresas, que han solicitado autorización para suspender a sus trabajadores (Cuestión que no es equivalente al despido), les debe alegrar a los izquierdistas y a los burócratas de la cartera de trabajo. Lo que no saben, en muchos casos, es que la lentitud o las trabas para esas autorizaciones provocarán una situación peor a la que un trabajador sea suspendido en una empresa y/o haber disminuido el salario mensual. En realidad, lo que provocará es que muchas empresas no tengan otra alternativa que declararse en quiebra. En ese caso, la muerte no solo será del capital, sino también del trabajo, ahí donde miles de personas terminaran, sin un puesto de trabajo.
Un caso ilustra la actitud equivocada de los burócratas del Ministerio de Trabajo. Se ha rechazado que la corporación que dirige los Cineplanet, se acoja a la suspensión perfecta, obligándola a pagar a sus trabajadores, sin suspenderlos y menos romper el vínculo laboral, obligándola a pagar salarios, aun cuando por cerca de cuatro meses los cines de todo el país estén obligados a no funcionar. Un elemental análisis de costo beneficio nos llevaría inmediatamente a la conclusión de que es insostenible para esa empresa mantener una planilla, durante casi cuatro meses sin ningún tipo de ingresos. Pero, los burócratas del Ministerio de Trabajo imaginan quizá que el dinero brotara de los árboles o de la buena intención de los empresarios. Con esa actitud, lo único que se logrará, en lugar de una suspensión o disminución del pago de salarios, una quiebra de la empresa y un despido masivo de trabajadores. Es decir, se logrará un efecto contrario a los deseos altruistas de los funcionarios de ese ministerio. Una cosa similar ocurrirá con las empresas dedicadas al turismo, a la aviación y en todas aquellas actividades que recién podrán funcionar en el último trimestre del año.
Si un político o un funcionario tiene la convicción de la existencia de un antagonismo irreconciliable entre el capital y el trabajo; entre la empresa y los trabajadores, siempre terminará ilusamente en enfrentar a ambos sectores, en la obtusa idea de gobernar para las plateas, para las clientelas o para “agudizar las contradicciones sociales”. Pero ese infantilismo tendrá un efecto contrario a sus discursos altisonantes, perjudicando a la larga a los propios trabajadores que dicen defender. Lo sensato, lo racional, desde el punto de vista económico, es entender que el capital y el trabajo es un binomio inseparable, propio de una economía de mercado o si quieren de una economía social de mercado, en permanente y dialéctica tensión, pero inseparables. Curiosamente, una prédica extrema contra la empresa en estos tiempos de alta recesión es estar contra los intereses de los propios trabajadores. Si no hay capital, no hay trabajo y viceversa.
La relación entre el capital y el trabajo no es fruto de una simple operación aritmética. Es más algebraica, con diversas variables y que un pensamiento anti empresa a ultranza nunca llegará a entender.
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