Jorge Varela
Contra el comunismo no bastan los humanismos ambiguos
Cómo enfrentar los dogmas de la utopía comunista

En Cristianismo y democracia, Jacques Maritain señaló que el comunismo es “una filosofía de la vida fundada sobre un rechazo coherente y absoluto de la trascendencia divina”, no solo un sistema económico. “En tanto doctrina, está irreformable y lógicamente ligado al ateísmo”, un razonamiento que lo llevó a concluir que veía en el comunismo “la última etapa de la destrucción del principio democrático, debida al rechazo del principio cristiano”.
Enseguida expresó que “si no fuese más que un sistema económico, podría concebirse”, fuese cual fuese el valor intrínseco de tal sistema, “un comunismo cristiano”. Una postura, sin duda, algo perturbadora e idílica sustentada en un estudio primario de la vida en las primeras comunidades cristianas, que lo indujo a situar al comunismo “en la línea del movimiento de emancipación del hombre”, una especie de materialismo místico, pero también a ubicarlo “en el punto de convergencia histórica de los principios de error vinculados a ese movimiento”. Esta última es la conclusión verdadera que ahora nos importa y que se fortalece en la dirección ortodoxa de la filosofía democrática-cristiana; no aquella mirada oblicua que engendra ambigüedades y distorsiones como la teología de la liberación considerada todavía por varios cristianos y católicos la vía y forma para que el pueblo pueda acercarse a la Iglesia y creer en dios. La idea de una Iglesia popular opuesta a la directriz vaticana, es hoy la expresión concreta de un esquema típicamente marxista.
Comunismo y democracia
Las contradicciones clarísimas entre marxismo y cristianismo, entre ateísmo totalitario y evangelismo democrático, que la cara trágica de la historia se encargó de constatar y mostrar reiteradamente en el siglo XX, no han sido aceptadas hasta ahora por determinados seguidores de una y otra cosmovisión, quienes continúan resistiéndose a su evidencia.
En la visión maritainiana el comunismo no solo constituye la última etapa de la destrucción del principio democrático cristiano: “el comunismo es una catástrofe totalitaria y ateísta de la democracia misma y de su impulso humanista”. Incluso esta visión descarta la posibilidad de que una reedificación del pensamiento y de la acción democrática pudiera reintegrar la ortodoxia marxista a la democracia.
Para comprender la médula de lo expuesto hay que mencionar que Maritain no hizo más que seguir a Henri Bergson, quien afirmaba que “la democracia es de esencia evangélica y tiene por principio al amor”. (Las dos fuentes de la moral y de la religión) Es decir, la fraternidad es esencial.
Cómo enfrentar los dogmas de la utopía comunista
En 1943, en plena segunda guerra mundial –unos 46 años antes de que cayera con estrépito el muro de Berlín–, Maritain se planteó la posibilidad de hacer frente al comunismo para ayudar al pueblo ruso en su regreso a la comunidad occidental y a la democracia renovada. Digamos, para ser específicos, que a este pensador cristiano lo que le preocupaba era el destino de los comunistas, no el del comunismo. Con respecto a dichas personas, había tres actitudes. Se podía querer aniquilarlas por la fuerza, las ametralladoras y los campos de concentración. Esta actitud era –a su juicio– una traición de la civilización. Se podía constituir juntos un ‘frente político único’ que controlara desde afuera y desde adentro, lo que significaba aceptar por anticipado el riesgo de abandonarlos a esa hegemonía. Tal actitud era otra traición. Se podía, en fin, entender que los comunistas no eran el comunismo y que habían adquirido al precio de su sangre vertida para ser liberados, el derecho de estar presentes en el trabajo de reconstrucción común, rechazando todo frente político único y toda sumisión a las maniobras del partido. Esta tercera actitud demandaba su participación en la tarea común, manteniendo entera autonomía a su respecto, abriendo paso a una democracia plena en situación de frustrar al comunismo el logro perverso de sus objetivos y pretextos, y de devolver al surco democrático a quienes fueron atraídos por los dogmas de esa ideario. Pío XI les decía a los obispos de Francia en diciembre de 1937, que esta última actitud de acogida generosa hacia los comunistas no podía darse en detrimento de la verdad.
Nunca en detrimento de la verdad y del amor
No basta pues, con improvisar una ética y una corriente filosófica para responder a los desafíos de las coyunturas históricas. Una comprensión deficiente de los principios cristianos sería caminar por la vía equivocada. En este caso, lo mejor es regresar. Como escribiera Clive Staples Lewis, en Mero cristianismo: “Regresar es el camino más rápido hacia adelante”. Es la manera de empezar de nuevo. La gran cuestión es: ¿regresar adónde?, ¿a un cristianismo sin levadura?, ¿a un humanismo ambiguo y endeble cuya decadencia es evidente?, ¿a una democracia desfalleciente?
En tiempo de crisis, si se quiere que el cristianismo tenga algo que decir sobre el sentido contemporáneo de la vida humana hay que volver una y otra vez a los grandes valores trascendentes que aún conforman su estructura doctrinal y le dieron vigor y fundamento a su identidad evangélico-civilizadora. ¡Trabajo, trabajo, reflexión y esperanza!, es la receta! Pero, siempre con apego a la verdad y con amor por el otro y su preciada dignidad.
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