Arturo Valverde
Cometas
Impulsadas con la fuerza del viento a lo más alto de un cielo limpio y celeste

Agosto se fue y con él las cometas. ¿Hace cuánto que no veo una cometa elevándose en el cielo limeño? La última vez, paradojas de la vida, fue a kilómetros de Lima. Un grupo de niños, acompañados de sus padres, maniobraban con los pies en la tierra, a sus coloridas cometas, impulsadas con la fuerza del viento a lo más alto de un cielo limpio y celeste; esos cielos que pintamos de niños.
Hubo una vez en que todos pedíamos una cometa en agosto. Liberados de las aulas escolares, nos íbamos al parque para jugar con ellas. El viento agosteño zamaqueaba las cometas cuando no acababa enredada en algún árbol, o, peor aún, en los cables de luz de los postes.
Lo más asombroso de las cometas era contemplar cómo el gris del cielo se adornaba con estos frágiles artefactos multicolores. Era, además, una prueba de resistencia para el volador de cometas contra el apurado viento soplando para llevárselas entre las nubes. Uno debía agarrar con fuerza las cometas, saber cuándo soltar y cuándo guardar el pabilo.
Mi impresión es que, hoy por hoy, los cielos son sobrevolados por drones, esos artefactos con hélices y cámaras de videos, equipados para recorrer distancias inalcanzables para nuestras humildes cometas.
Por eso, los que tenemos el corazón de cometa, miramos con nostalgia al niño que maniobra con destreza a este colorido compañero de papel, revoloteando en lo alto del cielo, bien pero bien arriba, donde vuelan nuestros pensamientos e ilusiones, que, al fin y al cabo, sean eso lo que simbolicen las cometas.
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