Jorge Varela
Chile: nuevo ciclo político y cultural
Entre la deconstrucción y la farsa

¿Qué nos traerán los nuevos tiempos? ¿Serán mejores? Basta ver lo que está ocurriendo en nuestro planeta y enseguida se hallará varias respuestas. Es una cuestión amplia que puede ser analizada desde dos puntos de vista: antes de, o después de.
Por ahora, la mirada inicial está puesta en la primera inquietud y particularmente en aquella atingente a Chile. ¿Es posible anticipar cómo será el futuro de este país en medio de un ‘clima raro’ en que se mezclan afanes hegemónicos y revanchistas, delirios y excesos voluntaristas, actitudes inmaduras, resentimientos oficialistas y opositores, frustraciones e improvisaciones convergentes. La inquietud de muchos por lo que vendrá parte de la inepcia circundante, de desaciertos propios de aprendices, de esa pequeñez intelectual que nos angustia, de carencias sociales extendidas, de tantas esperanzas que ni siquiera alcanzarán a concretarse, de esa falta de coraje para defender un principio ético elemental: el valor de la vida del que está por nacer, (entre otras cobardías). Todo lo cual desembocará –quiérase o no– en un cúmulo de incertidumbres y contradicciones fatales que hoy aparecen como antecedentes del choque inevitable entre los deseos y los roqueríos de la real-realidad, pero que mañana pudieran configurar la etapa previa a una caída fatídica y no prevista del experimento iniciado.
Nuevo ciclo político: un tiempo incierto
Se ha dicho que el cambio de ciclo político chileno ocurre en medio de un cambio de época: “un tiempo incierto, en el que no hay una imagen nítida para representar el futuro; eso está en disputa” (psicoanalista Constanza Michelson. El Mercurio, 13 de marzo de 2022).
Lo que se advierte es un compromiso claro con identidades de diversa índole, un itinerario centrado en la extensión de derechos igualitarios (junto a una ignorancia supina), una postura fundamentalista de buenas intenciones y un vacío ético descomunal, que se pretende conduzcan a un modelo de sociedad plurinacional, multicultural, solidaria, no-neoliberal (un esquema muy distinto al actual). Lo anterior implicará reemplazar la institucionalidad vigente e instaurar un sistema político descentralizado –de carácter regional–, el cercenamiento de las atribuciones de los poderes que constituyen la columna básica del Estado democrático-representativo existente (Ejecutivo, Legislativo, Judicial) y la abolición de algunos órganos esenciales para su funcionamiento, como el Tribunal Constitucional; además de otros desvaríos.
Mirando con ojos bien abiertos
En consecuencia, por mucho que se afirme que la elaboración de la nueva Constitución está aún en desarrollo y no ha concluido, lo cierto es que el adelanto de su contenido muestra un subproducto deficiente que recoge anhelos compulsivos pésimamente redactados. Una lectura reposada del texto conocido hasta el momento resulta decepcionante, pues verifica el diseño de un artefacto con características de verdadero esperpento jurídico. De modo que si se persiste en este proyecto de deconstrucción habrá que señalar a todos aquellos que no quieren reconocer al monstruo que están engendrando y concordar con quienes sí están viendo nubes negras en el horizonte.
El cambio cultural ya ocurrió
Eso que algunos osados se atreven a llamar ‘revolución’ es para otros solo un proyecto de emancipación que quiere dejar atrás los tiempos viejos. Hasta se ha dicho que “el cambio ya ocurrió. Lleva 10 años ocurriendo y ha afectado profundamente para bien o para mal la cultura chilena… Lo único que está sucediendo es que al asumir el poder la generación de 2011 va a ir adoptando usos y costumbres propias de la clase política en la democracia representativa” (escritor Rafael Gumucio. El Mercurio, 13 de marzo de 2022).
“A lo más, (esta generación) va a traducir en un lenguaje más contemporáneo la misma concepción de la revolución sin revolución”. O sea, como en la época infausta del Mapu y de la Izquierda Cristiana, ¿estamos asistiendo a la puesta en escena de una farsa protagonizada por jóvenes impostores? Si es así, hay que estar prestos para impugnarlos y no adquirir tickets. De lo contrario, después de la tragedia puede ser muy tarde para abandonar el teatro en ruinas.
COMENTARIOS