Hugo Neira
Chabuca Granda. Cuando la canción es poesía y metáfora
El centenario de la autora de “La flor de la canela”
A veces, en otros países la toman como una gran cantautora. Me parece que es mucho más. Y no solo porque es su centenario. Escribir sobre ella llevaría no a una nota sino a un ensayo, o un libro. Quien me ha dicho que lo va a hacer es Eduardo González Viaña, luego de su estupendo libro sobre Ramón Castilla. Si es así, Eduardo, tienes trabajo por delante porque Chabuca Granda —«compositora y cantante de música criolla»— como la resume Walter Casas en el Diccionario histórico de Milla Batres, es un conjunto, porque reúne vida, música, sociedad y cultura criolla y afroperuana. Y muchas más cosas. Vista con el correr del tiempo, es un signo. Y por eso, su vals y sus canciones son una suerte de conjuro, y además, son lo que se llama unas metáforas. Es decir, según la más exigente de las academias, «algo que simultáneamente a su sentido conduce a otros pensamientos y temáticas».
¿Qué pasaba en la Lima de Chabuca? Era un gran momento. Lo he vivido. Había un Nicomedes Santa Cruz que podía decir «Talara, no digas 'yes', / mira el mundo cara a cara, / soporta tu desnudez, / y no digas 'yes', Talara». Y en esos años estaba en plena producción Gálvez Ronceros, narrador del cuento negro peruano. Además, Chabuca que transformaba sus poesías en canción, vivía en una Lima de la generación de los 50 —Alejandro Romualdo, Francisco Bendezu, Juan Gonzalo Rose, Gustavo Valcárcel, Washington Delgado— y Manuel Scorza que todavía no se había ido a Francia. En esa generación estaba Sebastián Salazar Bondy, que pudo llamar a la capital, «Lima la horrible». Había una gran poetisa, Blanca Varela. En cuanto a la generación del 60, estaban Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros, Javier Heraud y César Calvo, aquel de «Venid a ver el cuarto del poeta». «Desde la calle / hasta mi corazón / hay cincuenta peldaños de pobreza. / Subidlos. A la izquierda. /». Chabuca fue amiga de esos poetas jóvenes, pero no la contaminó la melancolía de algunos.
Es tiempo que abordemos al menos algunas de sus canciones. Comenzaremos con la que la hace famosa, La Flor de la Canela. ¿Quién no la conoce ? «Déjame que te cuente, limeño, / Déjame que te diga la gloria / Del ensueño que evoca la memoria / Del viejo puente, del río y la alameda /». Se sabe que hubo una mujer de carne y hueso y no un personaje literario que le inspira y que se llamaba Victoria Angulo. No falta gente que imagina un caserón típico de la clase alta, en donde la joven blanca se vuelve la amiga de la bella negra. Nade de eso. Chabuca había nacido en el asentamiento minero de Cotabambas, en Apurímac, su padre era ingeniero de minas. Y parte de su niñez la pasa en un rancho de la Bajada de los Baños en Barranco. Le dieron sus padres una buena educación, pero diríamos era una familia de clase media. Y se conocen porque ambas, Chabuca y Victoria, trabajaban como empleadas en la Botica Francesa del Jirón de la Unión. La morena le cuenta su vida. Y aquello de que «airosa caminaba.../ por la vereda que se estremece al ritmo de su cadera /», seguro que era el itinerario de Victoria cuando se iba a pie, del Jirón de la Unión a la Alameda. Dijimos vals metáfora. La relación de Chabuca con la morena no era de arriba para abajo. Ese vals era el reconocimiento de la igualdad. Para entender lo excepcional de ese gesto, es preciso no perder la memoria que los negros fueron esclavos. Ese vals es un reconocimiento, en la persona de Victoria. Chabuca Granda no formó parte de partido alguno, pero sin ostentación era demócrata cabal. La democracia no es solo un sistema de elecciones y mayorías y minorías, sino una manera de vivir. Conviene decirlo, porque en nuestro tiempo, los racismos de un lado hacia el otro no han desaparecido. Al contrario.
Otra forma de equivocarse ante la singularidad de Chabuca ocurre si la creemos solo una criolla. No olvidemos que somos, en el Perú, culturas distintas las andinas de lo criollo. Pero entonces, ¿qué hacer con el Dueño Ausente, de la compositora? «Paisana de mis alturas / ingenua niña serrana / la de mejillas de rosa / y largas trenzas endrinas /». Es la esposa de un soldado. «Tu dueño sirve a la patria». Y canta sobre el maíz, / en tu tierrita escondida /». Con ternura, con respeto. La misma autora de «Fina Estampa» Un lucero. «más hermoso ni más luciera /». Uno de los raros poemas de una mujer ante un hombre hermoso, y una descripción de una sociedad rural, «... hacia los zaguanes / y a los patios encantados /». Pero como toda poetisa, una canción enigmática. «María Sueños». «En los sueños de María, María, María sueños / van tejiendo sus sentidos /». «Escarpando cordilleras ... / Por selvas, soles y lunas despeñando sus ensueños /». Acaso una atleta, o una amiga o alguna generosa idealista ¿? No lo sabremos nunca. En algún momento de su vida la jala y fascina la música negra. /Landó, Landó sólo contigo seré’/. Y en fin, no abunda la confidencia pero algo hay de ello. Cardo y Ceniza. Es la conciencia de una mujer más bien mayor, y un amante juvenil. Y entonces, la silenciosa queja. «Si he de fundir mi espacio frente al tuyo / cómo será mi piel junto a tu piel /» «Cómo será el gemido y cómo el grito /al escapar mi vida entre la tuya /» ... «Pero cómo serán mis despertares /». Ese poema, en la pacata Lima de los cincuenta. Admirable.
En cuanto al criollismo, debo decir que fueron varios. De siglo en siglo. Primero, los criollos en el tiempo del virreinato, y su espectacular ascenso social que antecede a la Independencia. Ricos mercaderes, mineros, hacendados, algunos ennoblecidos —comprando los títulos— y el asalto al poder, la compra de oficios, y su dominación de las universidades y el clero. Lo que encuentran San Martín y Bolívar es una criollización generalizada. El mundo de los oidores, el poder criollo. Eso continuó a lo largo del siglo XIX. Pero hay otro criollismo. Nace curiosamente en las clases bajas del siglo XX. Y se llama música criolla. Los antecedentes de Chabuca. Zamacuecas, marineras, y los primeros vals, músicos de origen popular, música para artesanos y obreros, Felipe Pinglo Alva, y la importancia del barrio popular, y entonces los proletarios que no necesitaban el himno de la Internacional sino El plebeyo.
Ya era la era de la radio, y hubo vals, tango y foxtrot. Para blancos, mestizos y negros (Lexus). ¿Y eso es todo? No. Pienso en Chabuca y la Lima criolla de 1900 que la precede. Lo que describe Eudocio Carrera. La jarana. Y el tono socarrón, Leonidas Yerovi, el de «Titina, tina, tontina, la de la voz argentina, y el aliento de jazmín, sal a tu ventana, ingrata, y oye la mandolinata que te doy en el jardín». Sí, pues, la bohemia. Lo criollo popular era irónico, burlón. Ver El elogio de la huachafa, de Balarezo Pinillos. Había broma, no la injuria como ahora.
¿Qué retoma Chabuca de ese fin de siglo? El buen humor. Y lo que ella es, que he retenido de decirlo. La gracia. Sí, pues, cuando cantaba no contaba mucho la voz –se había preparado desde niña– sino su aura, lo agradable, lo simpático, eso que los españoles llaman «saleroso». ¿Era ella o era ese tiempo? Lima era pequeña, a lo más un millón de almas. En fin, Chabuca Granda era el punto más alto de la cultura criolla por arriba y por abajo de clases y gustos. Luego vino la gran migración andina. Y entonces lo criollo pasa a ser una cultura peruana como lo indio y lo mestizo. ¿Y por qué no? El concepto sirve al decir «hecho a la criolla» que es censura, o bien, una cultura de la crítica, para eso Alfredo Bryce y las novelas de Mario Vargas Llosa. Y lo que detestaba Mariátegui, la «política criolla». Pero en la música te echamos de menos Chabuca. Ya no cantan, hablan, como los raperos afro de los norteamericanos. Una cantaleta. Sosa, tonta, desabrida. Y entonces, apago la tele o cambio de canal.