Dante Bobadilla
Apocalípticos y desintegrados
No necesitamos a otro presidente confrontacional

Esta campaña ha sido menos sucia que las dos anteriores. El ejército de fascistas que salía a marchar contra Keiko no estuvo presente. Sin embargo, algunos candidatos no han perdido la costumbre de fujimorizar la campaña. Verónika Mendoza, por ejemplo, dice que hoy compite con “tres fujimorismos que son lo mismo”. Y otro candidato rememora el fujimorismo para posar como víctima de Montesinos.
Daniel Urresti promete acabar con las AFP, que son “una estafa montada por Fujimori”. ¿No sabe este señor que hay seis países en Latinoamérica con Sistema Privado de Pensiones? Había siete, pero en Argentina Cristina Kirchmer se adelantó a Urresti y engulló todos los ahorros de los argentinos y los pasó al Estado, donde hoy no queda nada.
El peor candidato ha sido Julio Guzmán. Un totalitario chabacano que se cree dueño absoluto de la verdad, el único que conoce lo que es la verdadera democracia, el único capaz de defenderla, el único que puede distinguir quiénes son grupos democráticos y señalar a los auténticos demócratas. Él y sólo él encarna al dios de la democracia. Tiene la espada de la justicia en sus manos y está dispuesto a decapitar a los que –según su elevado juicio– son corruptos o le hacen el juego al fujimontesinismo.
La sorpresa ha sido el señor Rafael López-Aliaga Cazorla, representante de la derecha ultra conservadora, soldado de Cristo en la Iglesia católica y miembro del Opus Dei. López Aliaga captó el entusiasmo de las galerías con sus alardes contra la corrupción. A la gente le encanta esta clase de show, ver al matoncito del barrio en medio de la pista abriéndose la camisa para gritarle insultos a la prensa, a la Confiep, a los bancos, a los peajes, etc. RLA repartió insultos a granel, desde el presidente hasta Keiko, incluyendo periodistas. El show de Porky causó sensación. Era casi la misma fórmula de Vizcarra para ganarse a las multitudes.
No necesitamos a otro presidente confrontacional que exacerbe las diferencias y prosiga la guerra política. Lo que necesitamos es a un líder de verdad, lúcido, con un perfil respetable, personalidad estable, con condiciones dialogantes y capaz de convocar voluntades, sentar a todos a una mesa y lograr un pacto mínimo de entendimiento político que asegure la gobernabilidad. Nadie tiene un partido sólido y ampliamente popular, organizado y con cuadros técnicos. Detrás de la mayoría de candidatos descubrimos una calamidad de personajes de poca monta y que dan miedo. Quien llegue al poder tiene que convocar al diálogo y lograr una concertación. De lo contrario estamos condenados.
Por desgracia, el líder que necesitamos no es el que le gusta a la gente. Las masas gozan viendo a los gallitos de pelea, como Fernando Olivera frente a Alan García, o el señor Rafael Santos que ganó varios puntos tan solo por su actitud confrontadora en el debate. O el mismo Yonhy Lescano que en toda su trayectoria congresal nunca ha hecho otra cosa que ser confrontacional, pararse en su escaño, señalar con el dedo y gritar “corruptos, corruptos, corruptos”. Eso es lo que le encanta a la gente.
Lo mejor siempre es evitar los extremos. Y los extremos se juntan. Por ejemplo, la señora Verónika Mendoza tiene a flor de labios la palabra “expropiar”, pero no lo dice con todas sus letras. Ella solo va a “tomar el control” de todo lo que necesite para usarlo en la lucha contra la pandemia. No sabemos si resarcirá a los propietarios por esa toma de control. En el otro extremo, al señor López Aliaga no le tiembla la voz cuando se trata de asegurar que el 28 de julio expropiará los peajes. No ha dado los pormenores de la hazaña, pero parece que no le preocupan los asuntos jurídicos y legales. Los países cuyos gobernantes procedieron de esta manera siguen pagando las consecuencias. Mejor dicho, el pueblo las sigue pagando.
Crucemos los dedos para no caer en ninguno de los extremos y que el ganador nos ofrezca paz y concertación, reforma total del Estado, eliminación de burocracia con todas sus trabas y regulaciones, impulso a las obras de infraestructura, impulso a la inversión privada, y no intervención del Estado en la sociedad, ni en las decisiones de las personas en su vida privada. Que así sea.
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