Luis Hernández Patiño

Algunos apuntes sobre una vieja conservadora

La izquierda no tiene escrúpulos a la hora de mentir

Algunos apuntes sobre una vieja conservadora
Luis Hernández Patiño
24 de febrero del 2020


Frente a la nefasta derecha mercantilista de nuestro país, la izquierda se presenta como la campeona del antifujimorismo. Hay que ver a esa izquierda, sobre todo en tiempos electorales, cómo marcha por la ciudad, pretendiendo dejar constancia callejera de su rabiosa postura. Sin embargo, resultaría muy interesante plantear la siguiente pregunta: ¿desde cuándo la izquierda es antifujimorista? Porque, repasando nuestra, historia podríamos llevarnos más de una sorpresa en relación con su conducta.

A propósito, para encontrar la respuesta a nuestra interrogante conviene recordar y tener muy presente lo que ocurrió en 1990. En ese año debía elegirse un nuevo jefe de Estado, lo que no es lo mismo que decir jefe de Gobierno. Entonces hubo dos candidatos que despuntaron hasta llegar a la segunda vuelta. Uno de ellos fue Vargas Llosa, quien salía de las aguas literarias para postular a la presidencia de la República. El otro fue el ingeniero Alberto Fujimori, quien hasta entonces había ejercido la docencia universitaria y tenía un programa de televisión en el canal del Estado.

En aquel proceso electoral, Vargas Llosa se opuso con todo a la posibilidad de que Fujimori llegue al Gobierno. Sin embargo, la izquierda, esa izquierda que hoy se viste de antifujimorista, terminó cerrando filas en contra del escritor.

La experiencia demuestra que, a lo largo del devenir histórico, la izquierda ha asumido y asume una postura política anti que varía en el tiempo, en función a su conveniencia. En tal sentido, si en el año 1990 la izquierda se puso en contra de Vargas Llosa, lo hizo para tratar de conservar los privilegios que había conseguido luego de encaramarse en la burocracia que se forjó a raíz del régimen militar de 1968. En ese mismo sentido, si en la actualidad la izquierda es antifujimorista, lo es porque de ese modo trata de conservar las gollerías y las posiciones que ha conseguido a partir del gobierno de Paniagua.

La izquierda simboliza la figura política de una vieja conservadora de fino y rancio abolengo, cuya forma de proceder es de lo más descarada. No tiene escrúpulos a la hora de mentir, desinformar y traicionar a sus reclutas, con tal de jalar agua para su molino. En el fondo, esa izquierda es amante financiera del cambalache que se produce en un país mercantilista como el nuestro, y solo puede sobrevivir a condición de agarrarse con uñas y dientes de todo lo que pueda lograr bajo la sombra del estado.

Aunque pudiese sonar a eslogan, los hechos demuestran que donde está el gran capital ahí está la izquierda. En una forma sigilosa, de espaldas a ese pueblo que dice defender, se junta con los poderosos y les ofrece sus servicios demagógicos, así como su experiencia en cuanto al manejo de masas para que no haya protestas frente a la injusticia. O para que, en todo caso, la protesta que pudiese haber sea selectiva y dirigida en contra de lo que más se oponga al gran capital.

La izquierda se alquila al mejor postor. Por eso no sería de extrañar que, de acá a unos años, comience a criticar y denunciar todas las miserias de lujo que hoy tapa. Eso dependerá de cuál sea el grupo financiero que surja y la contrate. La izquierda asumirá una posición acorde con los requerimientos de su cliente, para darle la tranquilidad y la estabilidad que este demanda.

Ya es hora de que se conozca la real entraña de esa izquierda, la cual no es tan enemiga de la derecha rentista y mercantilista como dice serlo. Al respecto, no olvidemos de dónde vino la recomendación en quechua para votar por PPK en el año 2016, usando como pretexto el peligro llamado Keiko. Tengamos muy presente el trasfondo de cada una de las falsas actitudes y poses fariseas que la izquierda asume, para que no terminemos sorprendidos y vilmente estafados por ella.

Luis Hernández Patiño
24 de febrero del 2020

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