LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
La globalización antes y después de Trump
Apuntes sobre una elección universal
A estas alturas la información extraoficial señala que Joe Biden y los demócratas vuelven a la Casa Blanca. Sin embargo, queda pendiente el balance del fenómeno del presidente Donald Trump y la globalización que estalló en pedazos durante su mandato. Quizá valga señalar que hay una globalización antes de Trump e, inevitablemente, habrá otra después de su administración.
Para entender el fenómeno debemos diferenciar la caricatura de Trump dibujada por los medios, el fenómeno superficial, de la tendencia profunda que parecía expresar. Para las corrientes progresistas del planeta, Trump era una especie de Hugo Chávez en la primera república de la modernidad, y su egolatría desbordada podía desencadenar una guerra. No obstante, Trump firmó dos acuerdos de paz en Medio Oriente y, frente a los ocho años de guerra que sostuvo Obama en Irak, Afganistán y Siria, se caracterizó por la no guerra. No es exagerado afirmar que el premio Nobel de la Paz entregado a Obama debería de cambiar de manos.
¿Qué puede haber entonces detrás del fenómeno Trump? Estados Unidos, la Gran Unión Americana –al igual que la Roma de la antigüedad– es una arquitectura política que combina imperio y república. En la unión americana siempre hay una dialéctica imperial y republicana en equilibrio. Cuando un jefe de Estado altera esa relación, simplemente sale del juego. En Estados Unidos –tal como sucedía con los césares– algunos presidentes suelen tener finales trágicos.
A nuestro entender, el fenómeno Trump respondía a una reacción imperial frente a la globalización pos Guerra Fría que se imponía en el planeta en las últimas cuatro décadas. Esa globalización, por ejemplo, era extremadamente tolerante con las violaciones a las reglas de libre comercio del capitalismo de Estado chino. La Organización Mundial del Comercio y el multilateralismo en general contempló en silencio cómo en China nadie respetaba los derechos de propiedad, ni los acuerdos ambientales, laborales y sociales que la globalización imponía a Estados Unidos y al capitalismo occidental. Quizá esa tolerancia tuvo que ver con la voluntad inconsciente de superar la Guerra Fría del siglo XX, pero la lógica imperial de Estados Unidos, tarde o temprano, iba a reaccionar. Y allí apareció Trump. ¿Puede un imperio –en el mejor sentido del concepto– renunciar a su condición imperial por algún trazo ideológico? Imposible.
Igualmente, los acuerdos ambientales de París (la matriz de todos los acuerdos de Escazú) tienden a señalar que doscientos años de revolución industrial han colocado al planeta al borde de la extinción. En las interpretaciones de esta burocracia ambientalista se suele ignorar que el aire más limpio, que los ríos más transparentes (en el Támesis han vuelto los salmones) y que el medio ambiente más sustentable están en Estados Unidos y Europa. Es decir, en el capitalismo occidental. Y si se silencia el hecho de que las industrializaciones de los países emergentes –China, India y Brasil, entre otros– son las que más contaminan el planeta, entonces, la conclusión de evitar el capitalismo es posible. Sin embargo, el medio ambiente sustentable de Occidente demuestra que se necesita más capitalismo para salvar el planeta.
Esta globalización avanzaba en contra de la lógica imperial de Estados Unidos. En ese contexto, Trump hizo trizas el multilateralismo. En ese camino las corrientes neomarxistas se apoderaron de la juventud y del ala de izquierda del Partido Demócrata con el siguiente mensaje: las instituciones de la Unión Americana, que crearon los padres fundadores, son intrínsecamente racistas, patriarcales y capitalistas. Black Lives Matters y Antifa entonces comenzaron a derribar las estatuas de los padres fundadores, algunos de ellos esclavistas. De allí que el ala izquierdista del Partido Demócrata –tal como sucede en América Latina– proponga su propia "constituyente": incrementar el número de los miembros de la Corte Suprema para tener una mayoría progresista. En otras palabras, doscientos años de constitucionalismo que reposan en la Corte Suprema (la columna principal de la Unión) echados por la borda.
Hoy que los demócratas vuelven a la Casa Blanca, de confirmarse los resultados electorales, es imposible que regrese el globalismo anterior a Trump. El ala imperial se encargará en muy poco tiempo de desmantelar al ala izquierda del Partido Demócrata y parte del establishment que se enfrentó a Trump. Si el imperio no actúa, inevitablemente, el ala izquierda demócrata avanzará y algún tipo de guerra civil podría desatarse.
Por todas estas consideraciones es fundamental para el análisis despojarse del epifenómeno Trump de los medios internacionales y entender el verdadero fenómeno que subyace a la reciente elección en Estados Unidos.
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