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El suicidio chileno

Abrumadora mayoría opta por constituyente

El suicidio chileno
Víctor Andrés Ponce
25 de octubre del 2020


Al cierre de esta edición, los resultados preliminares del plebiscito de Chile indicaban que cerca del 80% de los electores ha decidido enterrar la carta constitucional que explicaba el milagro económico y social de Chile. Igualmente, cerca del 80% se pronunciaba por la convocatoria de una asamblea constituyente (convención constitucional) y desestima la fórmula mixta de combinar congresistas actuales con representantes electos para redactar una nueva Carta Política. Todo puede suceder entonces en el sur. 

El país que logró el ingreso per cápita más alto de América Latina y la reducción de pobreza más significativa (-10% de la población), y que transitó tres décadas impecables de democracia y pluralismo, hoy decide cancelar la Carta Política que le posibilitó semejantes logros económicos, sociales e institucionales. De una u otra manera, Chile apuesta por el jacobinismo que ha caracterizado a la política latinoamericana desde la Independencia de la metrópoli. Es decir, Chile, una vez más, ha optado por su “refundación republicana”.

¿Cómo explicar este desenlace? ¿Por la desigualdad? De ninguna manera. En el país del sur existían problemas sociales, pero ninguno de ellos revestía una gravedad que justifique echar por la borda el actual proceso de construcción republicana. No, de ninguna manera. En el país sureño solo hay una explicación: la construcción de un universo ideológico y cultural que, inevitablemente, tenía que desembocar en este desenlace. Chile quizá comienza a convertirse en el ejemplo paradigmático del triunfo del llamado marxismo cultural o del multiculturalismo, que se convierte en el nuevo fantasma que recorre el planeta. En Chile se confirma una tesis absolutamente heterodoxa: la cultura determina la economía.

Durante la experiencia de la Concertación y de la derecha chilena, la lucha en contra del marxismo cultural solo la desarrollaron los liberales en economía. O quizá no desarrollaron ninguna resistencia porque la ofensiva del multiculturalismo nunca cuestionó frontalmente el modelo económico que reducía pobreza y generaba bienestar.

En ese contexto, la economía era parte de los consensos, mientras la ofensiva cultural marxista erosionaba las fisuras del modelo: la distancia social entre los globalizados y los no globalizados, ocultando la impresionante reducción de pobreza; la defensa de los DD.HH., no para defender derechos sino para erosionar la autoridad del estado democrático (neutralización de carabineros y Fuerzas Armadas); el discurso ambientalista que era aceptado por todos y que preparaba el fermento juvenil anticapitalista; y el discurso del género que también era avalado por todos, incluso repetido por los dirigentes gremiales del empresariado –como sucede aquí– y que organizaba la revuelta contra la constitución patriarcal. 

Sí, los defensores de la economía de mercado, que habían aprendido que las instituciones solo son reglas y procedimientos –al margen de la historia y las tradiciones de una sociedad concreta–, estaban más que cómodos con la ofensiva cultural del neomarxismo, porque Chile seguía incrementando el ingreso per cápita y reduciendo pobreza. Mientras tanto, los militantes del Frente Amplio se apoderaban de las dirigencias magisteriales e impulsaban a gritar a los niños de cinco años “el pueblo unido jamás será vencido”. Los nidos públicos se convertían en talleres de los “pioneritos” del comunismo del mañana, ante la indolencia de la derecha mapocha.

Chile es un laboratorio para la tradición republicana mundial. La economía es muy importante, claro que sí, pero sin lucha cultural e ideológica, sucumbirá ante la nueva estrategia colectivista. La tradición liberal en economía es clave para seguir desregulando mercados, pero sin ideología de ninguna manera enfrentará al multiculturalismo.

En Chile faltó filosofía, ideología, tal como sucedió en los grandes momentos de Occidente. Faltó la tradición conservadora que, sumada a la tradición liberal, detuvo el jacobinismo revolucionario de la Revolución francesa, y que también detuvo el jacobinismo bolchevique del siglo XX. Con el triunfo en las manos, ahora los revolucionarios chilenos comenzarán a ahorcar al capitalismo ante la impotencia de los defensores económicos de la libertad.

Víctor Andrés Ponce
25 de octubre del 2020

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