¿Y dónde está el garante?

Sobre la superioridad moral en política 

La pretendida superioridad moral de la izquierda se estrella ante la evidencia de la corrupción generada por el modelo brasileño, un modelo con partida de nacimiento en el Foro de Sao Paulo. Esta superioridad moral permitió que la izquierda y sus aliados los liberales vargasllosistas se convirtieran en los garantes del contubernio político que nos ha gobernado los últimos diecisiete años, con breves intervalos. Las bodas de odio que estos dos sectores firmaron para proscribir a Fuerza Popular y al aprismo de la política nacional dieron como resultado una política sectaria de odio y división garantizada por los líderes morales de ambos segmento: los garantes del pacto, los guardianes de la moral nacional. 

En medio de esta crisis desatada por el modelo brasileño, un modelo clientelista y corrupto, es legítimo preguntarnos por el papel de los garantes. Los liberales vargasllosistas y los caviares que se beneficiaron del lulismo corrupto tienen que responder políticamente por su escaso criterio a la hora de aupar personajes a la presidencia de la República. Toledo y Humala son los golems de este pacto. Sin la ayuda específica de los garantes estos personajes no hubiesen alcanzado el poder. El pedido de los vargasllosistas y el apoyo de los caviares fue fundamental para formar el frente de odio que derrotó electoralmente a Fuerza Popular. El Presidente Kuczynski es el último líder aupado por esta alianza de odio y de soberbia. 

La crisis moral que atraviesa el país debe combatirse acudiendo a la raíz de los problemas. Una de las raíces del árbol de la corrupción es la división política fomentada por el sectarismo. El sectario proscribe por venganza, no por justicia. Cuando la venganza se apodera del aparato del Estado, la administración se debilita. Cuando se debilita la administración, la corrupción irrumpe. Una administración débil y politizada fácilmente es capturada por intereses privados. Eso es lo que ha sucedido ante la persecución desatada por el contubernio que colocó a Toledo, Humala y Kuczynski. La política de proscripciones no ha creado un mejor Estado. Lo ha debilitado hasta dejarlo a merced de la corrupción. 

Urge regenerar el Estado restaurando la verdad histórica y reemplazando la venganza por justicia. Para eso hay que examinar el papel de los garantes con desapasionamiento y sin ánimo de destrucción. Objetivamente es posible que algunos de ellos actuaran de buena fe, pensando en el Perú. Objetivamente está claro que se equivocaron. La apuesta por el odio político es una apuesta en contra del Perú. La proscripción de una fuerza mayoritaria es un error histórico grave. La persecución de los enemigos políticos mediante la instrumentalización del Estado es un crimen imperdonable que debe ser corregido. La historia ha corregido a los garantes y su veredicto aún debe alcanzarlos en toda su plenitud. 

El sentido común de los garantes ha demostrado ser falso y maniqueo. Infelizmente, sus opciones políticas sirvieron para encumbrar a personajes nefastos que hicieron de la venganza una política de Estado. El Perú debe comprender que el odio no genera gobernabilidad. Y que el discurso rupturista y polarizador debe acabar de una vez y para siempre. Para construir, unidad ante todo. Para dividir, los garantes que hoy se esconden y silban de costado. El odio tiene nombre y apellido y el Perú debe rechazar ese discurso de “resentimiento perpetuo”, una actitud política que nos impide avanzar de verdad.

Por: Martín Santiváñez