Juan Sheput

Reformando la reforma política

Reformando la reforma política
Juan Sheput
04 de mayo del 2017

Se pretende reformar la política sin entender su esencia

Me parece increíble. A pesar de haber fracasado en más de una intentona se insiste, desde la sociedad civil, en imponer una "reforma" en lugar de debatirla. Con el pretexto de la urgencia "ante la cercanía de las elecciones municipales y regionales" se pretende imponer una serie de criterios sobre los cuales no ha habido más reflexión que una que otra reunión entre un grupo de conocidos. Peor aún, de no aceptarse la imposición el producto de la reforma se anticipa como malo; es decir, cuál dueños de la verdad —y como ya se sabe, de la moral— pretenden descalificar lo que no ha nacido si no lleva la marca de la transparencia. Unen esfuerzos los organismos que paradójicamente buscan concordia, y a fuerza de comunicados pretenden hacer una reforma a la medida de sus propuestas.

Ha hecho bien el Congreso en ponerle un alto a esta imposición. Se saluda y da la bienvenida a todas las propuestas, pero ninguna es la dueña de la verdad. La reforma política es más compleja que las soluciones simples que se pretenden imponer. Muchas de ellas ya están implementadas en otros países como México y Colombia, y en estos países la corrupción existe y Odebrecht también. Las listas cerradas, la financiación de partidos, las elecciones internas existen en otras legislaciones, pero aún así no han solucionado el problema de la corrupción. Se pretende reformar la política sin entender su esencia. Deberían empezar por leer a Aristóteles y Maquiavelo, y luego a otros estudiosos más actuales, para que vean que en la política la frustración, el desencanto y la incomprensión es la norma.

Coincido con quienes señalan que el esfuerzo de Patricia Donayre al frente de la mesa de trabajo de la reforma política es el más serio de los últimos años. Allí, en esa mesa de seis personas, se puede comprobar lo lejos que están los partidos de las propuestas que plantean sus integrantes. Hay un divorcio entre los proyectos de ley que se plantean, individualmente, y los postulados partidarios o lo que piensan otros militantes del mismo partido. A pesar de ello se tiene que consensuar, determinar la prioridad, establecer los tiempos. También aceptar las recomendaciones y propuestas, pero como insumos para el debate y no como verdades absolutas.

Es cierto que al final es muy probable que nadie quede completamente contento. Pero aún así, estaremos en presencia de un esfuerzo parlamentario que merezca ser reconocido y convertido, una vez debatido, en un nuevo esquema que norme nuestro escenario político.

Juan Sheput

Juan Sheput
04 de mayo del 2017

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