Neptalí Carpio

Psicoanálisis de un liderazgo homofóbico (Primera parte)

Psicoanálisis de un liderazgo homofóbico (Primera parte)
Neptalí Carpio
10 de marzo del 2017

La crisis del fundamentalismo religioso y machista

El problema de los sectores más conservadores de las iglesias radica en que, para ellos, ahí donde actúa Dios (el bien) siempre merodea Satanás (el mal). Aquel es el cimiento de una fe fundamentalista, sustentada en el pensamiento binario. Todo, o casi todo, se reduce a los colores blanco y negro, al día y la noche, al pecado y la santidad. No es casual, que esos sectores intolerantes vean ahora en el propósito del Ministerio de Educación (Minedu) de enseñar a los niños, desde los primeros años, la tolerancia a la homosexualidad, un intento nefasto de Satanás; y que en el extremo delirante los lleve a plantear que el Minedu quiera “homosexualizar” a la población desde los niveles más bajos del sector educativo.

Históricamente este fundamentalismo llevó varias veces a la barbarie en diversas partes del orbe. Fue el caso de las “guerras santas”, o aquella etapa nefasta de los siglos XVI y XVII, en que fueron quemadas en la hoguera más de dos millones y medio de mujeres porque los sectores más recalcitrantes del clero sospechaban que las prácticas paganas, el uso de la medicina natural y la magia de las mujeres heréticas eran encarnaciones de Satanás. Tres siglos después, en el Perú, como si hubiéramos roto la barrera del tiempo, hay aún sacerdotes que llaman a sus seguidores no solo a condenar las prácticas homosexuales por ser encarnaciones del diablo, sino que gritan en los templos llamando a asesinar a las mujeres que practican el sexo entre ellas.

La diferencia es que ahora en el Perú tamaño despropósito ha llevado a que amplios sectores de la sociedad se percaten del hecho de que detrás de la campaña contra una supuesta “ideología de género”, en el currículum educativo del Minedu se oculta, en realidad, una cultura homofóbica. Y también opciones fundamentalistas de un sector de la iglesia, tanto evangélica como católica, así como de un sector de políticos y líderes de opinión que han encontrado la oportunidad para subirse a la ola de un movimiento cuyo devenir, en los próximos años, probablemente sea un proyecto político autoritario y confesional.

Cabe preguntarse entonces, ¿por qué ocurre en el Perú uno de los movimientos autoritarios más fundamentalistas de Latinoamérica y el mundo, de corte religioso? Para responder, no solo se requiere apelar a un enfoque sociológico o antropológico, sino ir a las fuentes del psicoanálisis para tener una explicación integral, poniéndonos en los zapatos de un practicante furibundo de la fe evangélica o católica, o del propio “pensamiento Phillip Butters”.

La primera situación de angustia y de crisis que vive un feligrés o un pastor de las iglesias evangélicas se expresa en que no puede soportar que el Estado oficialice en el sistema educativo una cultura de igualdad entre el hombre y la mujer, con los mismos derechos y deberes. Todo aquel que haya observado el comportamiento en los templos evangelistas se habrá percatado de la gran diferencia jerárquica entre el pastor varón y la mujer feligresa. Ellas en los templos juegan un rol totalmente sumiso. La mujer no puede hacer las veces ni siquiera de monaguillo. Por eso, esas mismas mujeres, acostumbradas a este tipo de relación, y que se retroalimentan de una sociedad patriarcal y machista, no toleran que ahora el Estado les hable de igualdad de género, y mucho menos de la tolerancia a la homosexualidad.

Las mujeres, evangélicas o católicas, deberían asombrarse de una institución que durante miles de años no les permite el ascenso a las altas jerarquías. Están acostumbradas no solo a una relación casi servil con los sacerdotes, sino que guardan silencio frente al acoso, las violaciones y otras formas de trato perverso en la iglesia. Para ellas la igualdad de género es un concepto extraño, alejado de sus costumbres eclesiales fundamentalistas. En su imaginario, la relación entre hombre y mujer se reduce a una esfera exclusivamente biológica, sexista y genital, sin entender que las relaciones sexuales tienen un ámbito más amplio y complejo, a nivel social, cultural y cívico.

Como señala el psicoanálisis, hasta ahora el machismo sigue siendo un lenguaje, una concepción tan arraigada en nuestra “psique” que cuesta descubrir el velo que oculta sus mecanismos. El machismo está presente en todos los aspectos de nuestra interacción de hombres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres. Todas nuestras definiciones son androcéntricas, inclusive las que utilizan las mujeres para definirse a sí mismas.

Es por eso que detrás de los gestos adustos, de hombres y mujeres, que se movilizan contra una supuesta “ideología de género” se esconde en el fondo el inicio de una crisis del fundamentalismo machista y homofóbico. Se resisten a que el tema sexual ya no esté reducido solo al ámbito de la familia, para mantenerlo como un tema prohibido y tabú. No toleran que una sociedad, como parte de su madurez cívica y cultural, promueva derechos iguales para hombres y mujeres. Tampoco toleran que el tema de la sexualidad ingrese a la esfera del debate público, en todas sus dimensiones y facetas. Sus sacerdotes prefieren el monopolio prohibitivo de la iglesia y de la familia patriarcal y machista.

Neptalí Carpio

Fotografía: Christian Quispe

Neptalí Carpio
10 de marzo del 2017

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