La comisión de Constitución del Congreso de la R...
El desgobierno nacional se extiende y se profundiza. Y el relevo intempestivo del saliente ministro del Interior, Mariano González, revela que, en el presidente Castillo y su entorno más cercano, no existe la menor voluntad de enmienda. Todo indica, entonces, que el deterioro institucional, político, económico y social del país seguirá agravándose.
Sin embargo, frente al desgobierno nacional, el Congreso –el otro poder del Estado investido de la soberanía del sufragio– no logra formar la mayoría que demandan la Constitución y las normas para proceder a vacar al presidente de la República o para inhabilitarlo constitucionalmente. En este contexto, el Perú está empantanado en una de las mayores crisis de las últimas décadas: el Estado implosiona, la sociedad se desorganiza y todas las tendencias nos empujan hacia la anarquía general. Una de las causas de este empantanamiento, a nuestro entender, es la falta de un acuerdo nacional para iniciar una transición política que nos saque de la actual tragedia.
Cuando hablamos del acuerdo nacional no hablamos de esas reuniones burocráticas que se han convertido en verdaderos saludos a la bandera. Hablamos de la idea de pacto político, a semejanza del pacto que posibilitó a los españoles superar las terribles secuelas de la Guerra Civil o de las convergencias que permitieron a los chilenos de izquierda y de derecha organizar una sociedad viable, que hoy se ha detenido con la convención constituyente. Hablamos de ese concepto de acuerdo nacional.
Un acuerdo nacional en el Perú debería formar consensos sobre cómo organizar la transición de este desastre y cómo sentar las bases de una comunidad política que posibilite superar los entrampamientos institucionales. En ese sentido, las centro derechas, las centro izquierdas, las personalidades políticas y otras entidades deberían formar una mesa nacional en que se establezcan ideas para la transición. Entre ellas el relevo del Ejecutivo a través de la vacancia o la inhabilitación del jefe de Estado y de la Vicepresidente; la promoción de una nueva mesa directiva del Congreso que se encargue de la transición y de la convocatoria de elecciones generales, y algunas reformas constitucionales y legales básicas que nos posibiliten superar la destrucción del sistema político. Por ejemplo, la creación de un Senado y la derogatoria de la prohibición de reelección parlamentaria.
En medio de la fragmentación del sistema político, en medio de las poderosas tendencias que nos conducen a la anarquía, la idea de un acuerdo nacional para superar el entrampamiento puede sonar a simples deseos. Es cierto. Sin embargo, el único camino que tenemos para seguir haciendo buena política pasa por insistir en que la única manera de desanudar la trama que nos lleva al abismo, es un entendimiento nacional.
En una crisis nacional como la que enfrentamos, en un empantanamiento que nos conduce a la anarquía, es natural que todas las corrientes solo apuesten por su interés pequeño, mezquino, e ignoren la idea de una república, de una comunidad política con instituciones sólidas y virtudes políticas.
Sin embargo, cuando todos observan que todo se está desplomando al abismo, es seguro que algunos sectores entenderán la magnitud de la crisis, arriarán banderas, olvidarán guerras y agravios pasados, y convocarán al peor enemigo a construir una comunidad política. Y, entonces, el acuerdo nacional será una posibilidad.
Renunciar a la idea de un pacto nacional por la transición es aceptar que la fragmentación política y el imperio de los intereses de capilla continuarán permitiendo que la mediocridad, la incapacidad y la corrupción sigan controlando el poder. De alguna manera es aceptar que los civiles vuelven a fracasar una vez más –tal como sucedió en los ochenta frente al terrorismo y la hiperinflación– en la solución de la crisis nacional. Si las cosas se presentan así, el proyecto republicano sumará otro fracaso más.
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