Editorial Política

Un Perú antes y después del confinamiento de cien días

La recesión más grave del siglo y pobreza que se dispara

Un Perú antes y después del confinamiento de cien días
  • 23 de junio del 2020

A pesar de los estropicios económicos que hizo el nacionalismo, el Perú llegó al inicio de la pandemia como una sociedad de ingreso medio que había logrado reducir pobreza significativamente en las últimas dos décadas: del 60% de la población a solo 20%. Si bien el Estado fracasaba en proveer salud, educación, justicia y seguridad, no existían los nubarrones y tormentas que ha dejado en el horizonte el confinamiento de cien días decretado por el Ejecutivo para contener la pandemia.

Todo fue un verdadero fracaso en el manejo de la crisis sanitaria, de principio a fin. No se pudo contener la pandemia para tragedia de nuestros ancianos, pobres y desvalidos, y simplemente se destrozó la economía, como si el Perú hubiese padecido un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial o hubiese enfrentado un cataclismo. Los economistas proyectan que el PBI caerá entre 12.5% y 20%, pero esas cifras de dos dígitos señalan que el país será la economía de ingreso medio que más se desplomará en el planeta. ¿Cómo hemos llegado a este resultado inimaginable en los peores cuentos de terror?

Es incuestionable que existen una serie de problemas estructurales. Por ejemplo, el Estado llegó a gastar en los gobiernos nacional, regional y local, y las empresas públicas, más de US$ 65,000 millones. Es decir, un tercio del PBI antes de la crisis. Sin embargo, no hubo un mínimo sistema de salud para contener la pandemia. El motivo: una enorme cantidad de dinero se destinó a ministerios sin utilidad social, como los de Ambiente, de la Mujer, Cultura y Midis, entre otros. Otra enorme cantidad se dilapidó en obras elefantiásicas como el Proyecto de Modernización de la Refinería de Talara. En ese contexto, a pesar de los incrementos significativos en el sector salud de las últimas décadas, todo iba a ser insuficiente.

A los problemas estructurales acumulados se sumaron las imprevisiones y clamorosas ineficiencias del Ejecutivo que, no obstante que se conocían las alertas respectivas, no compró respiradores, equipos de protección especial ni pruebas moleculares. En este contexto, el temor de los burócratas frente a una explosión de las infecciones y el colapso del sistema hospitalario (hechos que finalmente se produjeron) impuso un confinamiento ciego, brutal, irresponsable, que terminó creando la recesión más grave del planeta. Si antes éramos campeones en reducir pobreza ahora lo seremos aumentando el número de pobres (más de tres millones es una proyección optimista).

Después de cien días de confinamiento emerge un país quebrado y destruido como si hubiese enfrentado una guerra convencional. Miles de empresas pulverizadas y más de 2.5 millones de empleos se perderán, desencadenando un proceso de migración inversa: de las ciudades al campo, de las ciudades a las provincias. 

Ahora bien, es evidente también que los sectores comunistas y colectivistas que se han apoderado de determinados ministerios y sectores del Estado. Y han utilizado esta coyuntura para intentar ahogar y liquidar al sector privado, para luego intentar estatizar diversos sectores. Las campañas que pretenden culpar a las farmacias privadas por la falta de genéricos y a las clínicas por la alta letalidad y la falta de respiradores, forman parte de la estrategia colectivista. 

Igualmente, en el Congreso la falta de una élite política ha disparado el populismo a niveles impensados. Los demagogos que buscan el aplauso de la semana pretenden cabalgar sobre el hambre de la gente, proponiendo regulaciones de precios y mercados. Es decir, sobre la tragedia actual, organizan una tragedia que puede durar varias décadas.

En esta panorama devastador solo existe una salida: ratificar el camino de libertades políticas y económicas que nos permitió conseguir los mejores logros económicos y sociales de nuestra historia en los últimos 30 años, reducir el Estado para reorientar gastos a salud y educación, formalizar el Perú desregulando procedimientos y procesos, bajar tasas impositivas para organizar un sistema tributario amigable, y relanzar las inversiones en minería e infraestructuras para encender todos los motores del crecimiento. Si ese es el camino la actual destrucción económica social será revertida en un año o más. Pero se logrará recuperar lo perdido. Otro camino es la oscuridad de décadas que hoy asesina a nuestros hermanos venezolanos.

  • 23 de junio del 2020

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