¡Sin bioseguridad médica, se perderá la guerra!

La guerra contra el codiv-19 será una de mediano y largo plazo. El Estado de emergencia y la cuarentena social solo pueden servir para aplanar la curva de contagios y organizar al Estado para esa guerra, de mediano y largo plazo, contra el coronavirus. Sin embargo, imaginar cuarentenas indefinidas es olvidarse de que el Perú se podría convertir en una sociedad con recesión, que aumenta pobreza y con gente desesperada para conseguir el diario.

De allí la enorme importancia de plantear políticas de masificación de pruebas de covid-19, con resultados en tiempo real –de acuerdo al Protocolo de Berlín–, que posibiliten establecer cuarentenas y políticas de aislamiento focalizados. Sin embargo, ni las cuarentenas ni las pruebas masivas tendrán resultados si es que el Estado no corre en contra del reloj para equipar a los hospitales y proteger a médicos, enfermeras y auxiliares de enfermería de posibles contagios.

Cuando se habla de equipar a los hospitales nos referimos, sobre todo, a las unidades de cuidados intensivos (UCI). En el Perú hay alrededor de 500 unidades UCI, pero solo están disponibles 250. El Ejecutivo ha anunciado que se implementarán 300 en el Hospital de Ate. ¿Es suficiente? De ninguna manera. Existen recursos para equipar al menos 1,000 camas UCI. Lo que falta es gerencia y menos política.

De otro lado en Wuhan (China) quedó establecido que el 40% de los contagios, luego de los focos iniciales, se produjo en los hospitales. En Italia y España hasta ahora los contagiados en hospitales oscilaban entre 12% y 20%. Sin embargo, hoy que la curva de contagios sigue empinada en ambos países y los sistemas de salud colapsan, los hospitales se convertirán en los principales focos de contagio en medio de las cuarentenas prolongadas. En el Perú, por ejemplo, acaba de morir la obstetriz Liliana Ortega, del Hospital Luis Negreiros, quien dio positivo en coronavirus.

En ese sentido el Estado, gracias a una política economía promercado en las últimas tres décadas, tiene los recursos para superar el abandono y la falta de equipamiento con que el personal de salud enfrenta la guerra contra el Covid-19. Al respecto, se necesitan equipos especiales de protección especial (EPP), desde la cabeza a los pies; incluso visores propios, que se utilizan para tratar a los enfermos con coronavirus. Este material no se lava ni se recicla, simplemente se elimina. Igualmente el personal de salud que tome las pruebas con los hisopos aplicados a garganta y fosas nasales debería contar con un equipamiento especial porque estará a expuesto a mayor carga viral. De otro lado se requiere ambientes especiales, con enormes ventanales, y medidas de bioseguridad para atender a los pacientes con coronavirus.

Si el Estado no asume estas tareas con responsabilidad, de nada servirá el estado de emergencia ni la cuarentena, y solo quedará como política el aislamiento perpetuo. Y todos sabemos que el Perú, con 20% de pobreza y clases medias precarias, no podrá soportar una parálisis indefinida de la economía. Si las cosas se presentan de esta manera, la guerra contra el coronavirus se perderá en medio de un desborde social frente a la peligrosa ralentización de la economía.

La celebración anticipada de una supuesta victoria contra el virus de un sector del país –apenas una semana después de iniciada la cuarentena– y el intento de aprovechamiento político de las medidas de emergencia, representan una frivolidad sin límites, que ignora la importancia de la unidad de los peruanos para proteger a nuestros ancianos, a los pobres y a los desvalidos.

Es hora, pues, de entender la naturaleza principal de esta guerra: el largo plazo. Si el Estado no intenta rearmar su sistema de salud, tarde o temprano, el avance del virus y la crisis económica se convertirán en cócteles letales para la peruanidad.