La comisión de Constitución del Congreso de la R...
El Gobierno de Pedro Castillo ha publicado dos decretos supremos que pretenden ahogar a la inversión privada; sin embargo, en el Perú las cosas se han recibido como si se tratara de una medida más. Ni en el Congreso ni en la oposición en general parece haber conciencia del problema. Nos referimos a los decretos que prohíben la tercerización laboral y fomentan la sindicalización por fábrica, rama, conglomerados empresariales, y liberalizan en extremo el derecho de huelga.
Si se analiza bien las cosas, los dos decretos son maneras prácticas de avanzar en la estatización del sector privado, ahogar la inversión privada, ralentizar el crecimiento y desatar una ola de quiebras de las empresas. ¿Por qué los políticos no reaccionan ante estos hechos? Una respuesta puede ser que el país está polarizado en los esfuerzos para relevar el Gobierno de Castillo, uno de los más incapaces de la historia y repleto de corruptelas.
No obstante, es evidente que los políticos y la oposición en general se distancian de los empresarios, del sector privado, porque, de una u otra manera, han sido evangelizados por los relatos progresistas acerca de la maldad intrínseca del sector privado. A pesar de que la corrupción, la ineficiencia y el dispendio de los recursos fiscales, provienen del Estado y la burocracia, que consume casi el 30% del PBI, todas estas lacras y negatividades son atribuidas al sector privado.
Es evidente que el sector privado está lleno de errores. Sin embargo, bajo la Constitución de 1993 y los 22 tratados de libre comercio, ha surgido un sector empresarial que no tiene nada que ver con el Estado, las burocracias y los mercantilismos; un empresariado capaz de competir en cualquier continente en base al libre comercio. Ese sector es abrumadoramente el más importante en la generación del PBI y, generalmente, ha crecido bajo la influencia de los mercados mundiales (minería, agroexportación, servicios, entre otros).
Igualmente vale señalar que el sector privado (formal e informal) genera el 80% de los ingresos del Estado y provee más del 80% del empleo en el país. Asimismo, el sector privado es la principal explicación del proceso de reducción de pobreza, del 60% de la población a 20% antes de la pandemia. El mayor proceso de inclusión social de la historia republicana. Los organismos multilaterales señalan que el 75% del total de pobreza reducida en las últimas tres décadas es aporte privado.
Sin embargo, cuando el Estado se relaciona con “el sector privado”, generalmente surge la corrupción, tal como lo vemos en las denuncias que comprometen al presidente Castillo.
Planteada las cosas así, ¿hay alguna justificación para la distancia de los políticos con el empresariado? Creemos que no.
En realidad, si los políticos mantienen abismos con el sector privado solo se explica por la colonización cultural e ideológica del progresismo. ¿A qué nos referimos? A la idea de que el empresario genera riqueza en base a la explotación del trabajador, en base a la leyenda de la plusvalía marxista, que nos señala que la riqueza proviene del esfuerzo del trabajador. Si las cosas fuesen así, entonces, todos podríamos dedicarnos a trabajar y el asunto se resolvería.
Muy por el contrario, los países que han alcanzado el desarrollo, que han arrinconada la pobreza y han generado bienestar a los trabajadores, son aquellos que se han definido abiertamente a favor de la empresa. Este punto de vista parte del criterio de que la riqueza se crea con la innovación y el capital, factores que demandan un esfuerzo descomunal, una verdadera acción heroica. Por estas razones en los países desarrollados la legislación busca proteger al empresario y la inversión privada. A nadie se le ocurriría guardar silencio frente a normas que pretenden ahogar al sector privado; es decir, a la gallina de los huevos del oro de los recursos fiscales.
Por todas estas consideraciones, a veces no es necesario instalar una constituyente para imponer un nuevo modelo económico. Basta con ganar la cultura y la ideología, basta con que la gente piense como colectivista, aunque no lo sepa.
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