Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
Nobel se vuelve a oponer al indulto a Alberto Fujimori
En este portal solemos hablar de un extremismo antifujimorista que le niega a Fuerza Popular el legítimo derecho de participar en el actual sistema democrático, que avanza hacia una quinta elección nacional sin interrupciones. Muchas veces el desarrollo de este criterio —casi en solitario— nos ha ganado el mote de “profujimoristas”. Nada más alejado de la realidad. El único objetivo que nos anima es la defensa de la democracia y la economía de mercado, objetivos imposibles de conseguir si es que se desarrolla un veto contra una fuerza plebeya promercado, a menos que alguien pretende empujar a los sectores populares a la influencia de las propuestas chavistas antisistema.
Es en este contexto que escribimos sobre el apasionado artículo ¿Indultar a Fujimori? de Mario Vargas Llosa en el que se pronuncia en contra del indulto a Alberto Fujimori, dejando entrever que ni siquiera sería posible el indulto humanitario que tirios y troyanos reconocen como una posibilidad.
¿Qué puede animar al Nobel peruano a desarrollar un criterio tan apasionado? La pregunta es pertinente porque Mario Vargas Llosa siempre ha sostenido relaciones idílicas con movimientos políticos que, de una u otra manera, son considerados herederos de proyectos autoritarios. Por ejemplo, se conocen ampliamente las relaciones del escritor con el Partido Popular en España, heredero de la experiencia franquista. Igualmente se sabe en demasía sobre las buenas relaciones y amistades que Vargas Llosa cultiva con la derecha chilena, heredera directa e indirecta del autoritarismo pinochetista.En España y en Chile, los herederos de estos autoritarismos se insertaron en la experiencia democrática y hoy son baluartes de las democracias española y chilena.
¿Por qué entonces Vargas Llosa no acepta la posibilidad de una reconciliación con el fujimorismo, proceso en el que el indulto sería un paso fundamental? Todo indica entonces que sus respuestas no pertenecen al campo de la política y las disciplinas públicas, sino al de la sicología y las pasiones humanas que no se pueden controlar.
Una de las cosas más llamativas de los artículos de Vargas Llosa en contra del fujimorismo es la distancia que los separa de sus novelas y obras literarias en general. Cuando el hombre escribe novelas, las leyes del arte y la estética se apoderan de su espíritu, pero cuando perpetra artículos en contra del fujimorismo el panfleto y la simple antipropaganda parecen dominarlo. Es evidente que Vargas Llosa es un artista a carta cabal, pero una responsabilidad mínima de la élite política peruana pasa por separar la grandeza del escritor del apasionado propagandista en contra de un movimiento político.
Lo peor de todo es que Vargas Llosa se considera por encima del bien y el mal con respecto al espacio público, porque en sus pronunciamientos no existe la más mínima autocrítica, sentido del deber ni responsabilidad. Para el escritor, por ejemplo, la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo —que él alienta sin cuartel— no tiene nada que ver con el deterioro institucional y económico que empieza a padecer la República. El hecho de que dos presidentes democráticos elegidos por sufragio y apadrinados por Vargas Llosa (Alejandro Toledo y Ollanta Humala) hoy enfrenten detenciones provisionales, al parecer, no representa para él problema alguno.
Para Vargas Llosa entonces el suelo está parejo y puede seguir alentando una confrontación que no sería nada extraño que desemboque en el bloqueo de la democracia, el colapso de la economía de mercado y un aterrador choque entre civiles.
En este caso, no podemos descartar la megalomanía que suele envolver y apresar a hombres de gran genio. De alguna manera Vargas Llosa no puede aceptar que el Perú haya cambiado luego de que el electorado le negara la jefatura de Estado y eligiera a Alberto Fujimori. No puede aceptarlo y solo se dedica a subrayar los graves errores de autoritarismo y corrupción de los noventa. Todo eso es verdad. Pero durante el régimen de los noventa se desarrollaron las reformas desreguladoras que nos han permitido sostener una democracia en cuatro elecciones nacionales sucesivas —en medio de la bancarrota de los partidos políticos—, duplicar el PBI, arrinconar la pobreza a un quinto de la población y ensanchar las clases medias.
Y otra de las paradojas que el escritor se niega a aceptar es que la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo en vez de debilitar al movimiento naranja solo lo ha favorecido, convirtiéndolo en la primera fuerza política del país. A reflexionar, pues.
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