La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Las últimas proyecciones del crecimiento de la economía nos señalan que el Perú apenas crecerá en 1% del PBI o menos que esa cifra tan dramática. Y la conclusión inmediata es que este año nuestra sociedad seguirá aumentando la pobreza. La explicación de cómo se ha apagado uno de los milagros económicos del mundo emergente tiene varias aproximaciones: una de ellas nos señala correctamente que el Gobierno de Pedro Castillo y las campañas a favor de la constituyente y las nacionalizaciones, simplemente, bloquearon cualquier nueva inversión en el país. De allí, pues, también proviene el brutal frenazo.
Sin embargo, el Perú es una máquina que comenzó a apagar sus motores de crecimiento desde el 2014. Dejamos de crecer por encima del 5% y de reducir varios puntos porcentuales de pobreza por año (el número de pobres descendió del 60% de la población a 20% antes de la pandemia). ¿Por qué todo comenzó a apagarse no obstante que los minerales, por ejemplo, comenzaban a gozar de un superciclo de precios? Porque, de alguna manera, las reformas económicas de los noventa –tales como el ajuste macroeconómico, el fin del Estado empresario, las desregulaciones de precios, mercados y comercio– pasaron a ser insuficientes para seguir creciendo.
Con tanta pobreza que se había reducido, las clases medias crecieron y ya no se podía seguir pagando salarios de una sociedad pobre. El salario bajo ya no era ventaja competitiva. Se tenía entonces que diversificar y complejizar la economía para tener altas tasas de crecimiento, pero ese objetivo solo era posible con nuevas reformas, con otra ola de cambios. Sin embargo, ninguna otra reforma promercado fue posible y las transformaciones de los noventa comenzaron a envejecer.
¿Por qué se proscribieron las reformas? Sorprendentemente, el Perú comenzó a construir una cultura antimercado que hizo imposible cualquier transformación. Los políticos ganaban elecciones agitando contra el modelo económico (Toledo, García, Humala, Castillo), más allá de que llegados al poder solo les quedará mantener el sistema económico. El Perú empezaba a organizar el triunfo cultural de las izquierdas. En ese contexto, no solo se desterraron las reformas, sino que comenzó una peligrosa involución.
Por ejemplo, los relatos que demonizaban al empresario como el explotador y que presentaban al trabajador como la fuente de la riqueza de una sociedad, de una u otra manera, se convirtieron en las murallas contra la reforma tributaria y laboral que desata la informalidad en el país. ¿Cuál sería la otra explicación? Igualmente, las fábulas contra las inversiones mineras, petroleras y en recursos naturales son las únicas posibles explicaciones de que el Ministerio del Ambiente se haya convertido en un verdadero ejército en contra de la inversión mediante sus procedimientos, sobrerregulaciones y aduanas interminables e imposibles.
No es exagerado, pues, sostener que mientras el Perú desarrollaba una de las reformas económicas más audaces del planeta, con un crecimiento pro pobre e inclusivo, las izquierdas –en todas sus versiones– construían la cultura, la ideología y los sentidos comunes en contra del capitalismo y los mercados desregulados. Una verdadera esquizofrenia social difícil de explicar.
El resultado de esta anomalía en el desarrollo fue la construcción de un Estado enemigo de los mercados, el capitalismo, la inversión privada y la innovación e iniciativa de la sociedad. Es decir, el resultado fue la emergencia del Estado burocrático que hoy todos contemplamos como el principal enemigo de la sociedad y como la fuente de todas las corrupciones.
Es incuestionable entonces que existe una relación directa entre las narrativas y relatos que se vuelven dominantes en una sociedad y la ausencia de reformas que nos embarquen por el camino del desarrollo. Y esa ausencia de reformas y cambios es la fórmula exacta para volver a aumentar la pobreza, tal como sucede en el país.
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