La masacre de 13 trabajadores de R&R, una pequeña empresa q...
El presidente Martín Vizcarra y los integrantes del Gabinete ministerial, al parecer, han decidido hablar sobre reformas económicas y sociales, productividad y competitividad, pero solo para las tribunas. Algo así como para calmar las impaciencias del sector privado, conseguir aplausos de las tribunas y nada más.
Por ejemplo, el Ministerio de Economía acaba de aprobar la Política Nacional de Productividad y Competitividad (PNPC), y entre los nueve objetivos planteados está la necesidad de “crear condiciones para un mercado laboral dinámico y competitivo para generar empleo formal”. Sin embargo, al momento de abordar el tema, el presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva, y los ministros solo tienen una respuesta: todo depende del Consejo Nacional de Trabajo (CNT). Y como todos sabemos, en este organismo la CGTP y los demás gremios sindicales siempre terminarán vetando cualquier posibilidad de reforma.
No solo se trata de la reforma laboral. En el Ejecutivo nadie parece interesado en coger las papas calientes. Como bien lo ha señalado el economista Roberto Abusada, la reconstrucción del norte debería ser declarada en emergencia porque luego de dos años del desastre solo se ha entregado el 5% de las obras (de un total de S/ 25,000 millones). Abusada propone encargar el proceso a una empresa de ingeniería de clase mundial. Tampoco hay interés en relanzar las inversiones en infraestructuras mediante las asociaciones público privadas y las obras por impuestos. Incluso en el sector transportes pareciera haber más interés en resucitar el fantasma de la obra pública y el Estado-empresario constructor.
¿Cómo explicar estas conductas en el Ejecutivo? Todo parece indicar que el presidente Vizcarra pretende inaugurar la “república de la popularidad” y, por lo tanto, no se hará nada que afecte al respaldo presidencial. Quizá por eso el jefe de Estado haya señalado que espera que la gente recuerde a su Gobierno como el que más luchó contra la corrupción. Algo parecido dijeron Toledo, Humala y PPK en su respectivo momento. También la señora Villarán en la alcaldía de Lima. Ninguno de ellos transformó el país desde el poder, excepto algunas medidas parciales. Pretender que una administración nacional sea evocada únicamente por la lucha contra la corrupción —como parece ser el caso de la actual— es ignorar la coyuntura económica, social y política que enfrenta el Perú.
El país necesita una nueva ola de reformas para relanzar el crecimiento y seguir reduciendo pobreza. Y también para preservar a la democracia de ciertas propuestas aventureras. Las reformas de los noventa del siglo pasado hoy solo posibilitan crecimientos del orden del 4%, que apenas permiten reducir pobreza, más allá de que los medios tradicionales y el establishment señalen que vamos por buen camino.
Si el Perú no logra avanzar en la flexibilización de su legislación laboral, si no simplifica el sistema tributario unificando los diversos regímenes, si no aplica un shock de inversiones en infraestructuras, si no logra recentrar la reforma educativa en la meritocracia, si no construye un nuevo sistema de salud y si no apuesta por la innovación, tarde o temprano comenzará un camino de involución estatista, colectivista, tal como suele suceder en América Latina. Ante estas gigantescas tareas, ¿cómo entonces el presidente Vizcarra pretende ser recordado, principalmente, por la lucha contra la corrupción? ¿Acaso él es un policía, fiscal o juez? Difícil entenderlo.
Si el presidente Vizcarra sigue rehuyendo las reformas de fondo tan necesarias para el país, entonces quedará en evidencia que solo quiere popularidad. Y, ¿por qué un gobernante solo quiere popularidad en América Latina? ¿Acaso Vizcarra está pensando seriamente en la reelección? En cualquier caso, el Perú está repleto de curiosidades. Y es extremadamente raro pensar que se puede mantener la popularidad sin gobernar y sin impulsar reformas estructurales. Así solo se malgasta la popularidad.
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