Editorial Política

Los peligros colectivistas del progresismo Morado

Reflexiones ideológicas y culturales sobre la coyuntura

Los peligros colectivistas del progresismo Morado
  • 25 de marzo del 2021

Muchos ciudadanos, empresarios y auto declarados liberales, deben estar preguntándose cómo –en medio de la tragedia nacional que causa la pandemia y la recesión– los ministros del Gabinete Bermúdez, que suelen empezar sus alocuciones con el estribillo facilista del “todas y todos”, hoy desarrollan una de las mayores ofensivas colectivistas de las últimas tres décadas.

En efecto no hay ministro de la administración Sagasti que no se despache con la barbarie gramatical de repetir “el lenguaje inclusivo”, no obstante que el Ejecutivo jugó en pared con el Congreso para derogar la Ley de Promoción Agraria e iniciar un camino de sobrerregulaciones y ahorcamiento de la inversión privada en el agro. Igualmente, no hay ministro progresista de la administración Sagasti que no se vanaglorie de la inclusión verbal, pese al negligente monopolio estatal en la importación de las vacunas –que aumenta la letalidad y la tragedia– y la feroz ofensiva del Ministerio de Educación en contra del sector educativo privado, que atiende un tercio de la matrícula en la educación básica y dos tercios en la superior.

La ofensiva colectivista de la administración Sagasti empieza a dejar su estela en la tragedia de la pandemia y en la posibilidad de recuperar la economía en el 2021. Más allá de algunas diferencias en el manejo macroeconómico, cualquiera se preguntaría, ¿cuál es la diferencia de la administración Sagasti con el Frente Amplio en el Congreso y los sectores colectivistas en la contienda electoral? 

Las cosas se complican si mencionamos que el pase al retiro ilegal de 18 oficiales generales de la Policía Nacional del Perú (PNP) y la demonización de la policía –campaña izquierdista asumida por el Ejecutivo– han creado un vacío de autoridad del Estado democrático que favorece a la ofensiva radical y anti inversión en contra de las minas del corredor minero del sur, que producen más del 50% del cobre nacional. En este contexto, la pregunta es, ¿cuáles son los nexos del progresismo morado con los radicalismos que buscan bloquear las inversiones mineras?

Si bien un editorial es un espacio limitado para definir qué es progresismo, solo señalaremos que se puede definir como la corriente política e ideológica que considera que la sociedad y las instituciones pueden ser diseñadas desde un laboratorio de “la razón”. Para estas corrientes –primos hermanos de los planificadores soviéticos o alemanes del siglo XX– es posible “planificar la economía” para agregar “justicia social”, e igualmente es posible “reformar el lenguaje” para eliminar “los contenidos patriarcales” de una evolución de siglos. Asimismo, es posible pulverizar “los contenidos patriarcales” de la institución de la familia, que también ha evolucionado lo largo de centurias en Occidente. Con ese mismo impulso “racionalista” pueden concluir que es posible que las empresas, el sector privado y el maldito lucro se reemplacen por mayores criterios de solidaridad y equidad.

Una de las fortalezas del progresismo es que se presenta como una multitud de ríos y reformas, sin necesidad de cuestionar el sistema de mercado y el capitalismo de manera directa. Únicamente lo hace cuando estas corrientes se acercan al poder: en Chile con el curso hacia la asamblea constituyente, y en el Perú con la administración Vizcarra y el gobierno transitorio de Sagasti.

La diferencia del progresismo y sus primos hermanos colectivistas con las grandes tradiciones liberales conservadoras reside en el papel de la historia, las tradiciones y la evolución histórica en la construcción de una sociedad. Desde Hume, Smith, Burke, los padres fundadores de Estados Unidos, hasta el gran Hayek, la tradición liberal conservadora señala que las instituciones, los valores y el orden extendido de la economía y la sociedad, corresponden a un orden espontáneo. En otras palabras, no hay “una razón”, un partido ni un centro planificador, que diseñe una sociedad a menos que se desencadenen las barbaries colectivistas del siglo XX (bolcheviques y nazis). 

Es decir, para los liberales conservadores se trata de una evolución social en que “la razón” tiene límites para conocer el devenir y es incapaz de comprender la naturaleza humana, el lucro, el intercambio, la propiedad, los contratos, y las demás instituciones naturales de la sociedad. Cuando Hayek hablaba de orden espontáneo también se refería a instituciones como el lenguaje y la familia, por ejemplo. Promoveremos el debate abierto de estos temas.

¿A qué viene todo esto? Las administraciones Vizcarra y Sagasti se han convertido en los mejores talleres ideológicos y culturales sobre la naturaleza del progresismo. Hasta Martín Vizcarra solía empezar con el estribillo de “todos y todas” que practican los ministros de Sagasti. Sin embargo, ambas administraciones, simplemente, han derrumbado todos los avances institucionales y económicos de las últimas tres décadas. De alguna forma consolidaron un camino anti  republicano.

En cualquier caso, la especie de reacción conservadora que se empieza a percibir en la sociedad peruana, con el avance de la campaña electoral, debe tener un correlato en un intenso y profundo debate ideológico, para evitar que los nuevos relatos e intereses ahoguen lo que parece ser el resurgimiento de un orden espontáneo, ese orden que se expresa en la vasta y abrumadora emergencia popular que pugna por el libre mercado, hoy aplastado por el Estado fallido que no compra vacunas.

  • 25 de marzo del 2021

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