Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
Tres ex jefes de Estado procesados por la justicia
Más allá de la justeza o no de la detención provisional del ex presidente Ollanta Humala, es evidente que semejante decisión judicial coloca a nuestra democracia, a nuestro proceso de construcción como sociedad abierta, ante una clara disyuntiva: utilizar este dramático momento de la República para consolidar las instituciones y las libertades, o dibujar una enorme interrogante con respecto al futuro de la democracia.
No es poca cosa que de los cinco jefes de Estado de los últimos 25 años, uno de ellos purgue sentencia efectiva y otros dos enfrenten procesos judiciales con casos sólidamente organizados. En el caso de Alberto Fujimori, más allá de la polémica sobre las sentencias impuestas, existen claros cuestionamientos con respecto al autoritarismo de los años noventa. Sin embargo con respecto a Alejandro Toledo y Ollanta Humala, ambos ex presidenteS fueron elegidos mediante procesos electorales que nadie cuestiona y entregaron el poder democráticamente. No obstante, al parecer por las pruebas presentadas por el Ministerio Público, se hundieron en el fango de la corrupción.
En este contexto, el descrédito de las instituciones, del propio sufragio y de los contrapesos de poderes puede convertirse en una tendencia peligrosa para el futuro de nuestra democracia —que avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones— y también para el actual modelo económico —en base a inversión privada— que ha reducido la pobreza a solo un quinto de la población y ha expandido las clases medias como nunca.
El escenario que se dibuja en el proceso político peruano es uno absolutamente favorable para los discursos de los demagogos y los populismos anticorrupción, que proliferarán como hongos luego de las lluvias. Habrá de todo, sobre todos aquellos que, con fuego en la boca, suelen “refundar la política”, “refundar la República”, ante cada coyuntura electoral. Extremando las cosas para motivar las reflexiones, no sería nada extraño que el clima de escepticismo frente las instituciones aliente el surgimiento de personajes folclóricos y curiosos. Finalmente el propio Hitler era una curiosidad en la Alemania de la República de Wiemar.
Si al escepticismo frente a la democracia le agregamos la ralentización del crecimiento de nuestra economía —que puede convertir al Perú en una sociedad que vuelve a aumentar pobreza, no obstante que el país lideró la reducción de este flagelo social en la región—, entonces no es exagerado sostener que la democracia pondrá a prueba todas sus fortalezas acumuladas.
En este contexto, la propuesta de una convergencia, de niveles de entendimiento, entre Ejecutivo y Legislativo adquiere una relevancia sin precedentes, porque es la única manera de recuperar gobernabilidad para el sistema, de enviar señales claras a los mercados para recuperar la senda del crecimiento y continuar reduciendo pobreza. Si se produce esta tendencia a la convergencia es evidente que habrá surgido una fuerza contraria a todos los movimientos que fomentan la fragmentación y la desinstitucionalización del país.
Echando mano de los mejores argumentos de la teoría política, vale señalar que la democracia —más allá de todas sus imperfecciones— es el único sistema que incorpora a su ADN la posibilidad del fracaso. Los fracasos de los gobernantes y de las instituciones son posibles porque el poder no solo está limitado, sino que debe ser relevado de acuerdo a los cronogramas electorales establecidos en la Constitución y la ley.
Tener tres jefes de Estado —de un total de cinco en el último cuarto de siglo— sentenciados y procesados por la justicia es un descomunal fracaso porque, según nuestro constitucionalismo híbrido, entre presidencialismo y parlamentarismo, el jefe de Estado elegido por sufragio es el primer magistrado de la Nación. Nuestra democracia, pues, ha fracasado; pero precisamente porque es una democracia, tiene todas las posibilidades de utilizar este terrible momento de la República para fortalecer las instituciones y enraizarlas en la sociedad. Si avanzamos en ese camino, nuestra democracia comenzará a envejecer y todos sabemos que, en cuanto a instituciones y libertad, la longevidad es sinónimo de juventud y vigor.
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