La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Hoy es incuestionable que el bajo crecimiento económico del Perú y el hecho de tornar a ser una sociedad que aumenta pobreza solo tiene una explicación: la mala política que ha permitido a las corrientes comunistas y progresistas desorganizar el país. Si ahora no existen nuevas inversiones que generen más empleo solo se explica por la llegada al poder de Pedro Castillo, la terrible campaña a favor de la constituyente y las nacionalizaciones, y la violencia insurreccional del verano pasado que pretendía quebrar el Estado de derecho.
Sin embargo, la mala política solo es posible porque no existe una buena política. Si tuviésemos una visión mecánica y determinista de la política se podría sostener que las campañas progresistas para destruir el sistema político que se expresaron en la brutal judicialización de la política, el avance del referendo de Vizcarra que pulverizó lo último que restaba de buena política y la promoción progresista del transfuguismo de las bancadas legislativas, inevitablemente llevan a concluir que este Congreso y todos sus mochasueldos y “niños” eran inevitables.
Pero la visión mecanicista de la política es una zona de confort para las mediocridades. A pesar de las ofensivas del progresismo, creemos que sí es posible construir buena política. Por ejemplo, la prohibición de la reelección congresal evita que los políticos más disciplinados se reelijan –como sucede en cualquier democracia–; sin embargo, sí es posible combatir la fragmentación del sistema de representación. ¿Cómo? Las centroderechas presentes en el Congreso y fuera del recinto legislativo deberían ser capaces de imaginar la unidad, la convergencia, para evitar que triunfe cualquier candidato vinculado al eje bolivariano o a la frivolidad progresista. En ese sentido, se deberían proponer primarias nacionales para definir una plancha presidencial que se convierta en la locomotora de la unidad nacional.
Una apuesta de ese tipo no tiene que ver con la ley o los reglamentos, sino con la voluntad política. Y una apuesta de ese tipo solo es posible si existe el entendimiento ideológico y cultural acerca de que el Perú enfrenta una amenaza antisistema, anticapitalista, que proviene del propio desarrollo del capitalismo en el Perú. Sin un nuevo Estado, sin una nueva ola de reformas, el desarrollo capitalista se vuelve impredecible.
Asumir semejante perspectiva demanda cierta identidad ideológica en las llamadas centro derechas del país, una identidad que posibilite proponer un puñado de políticas públicas a la nación peruana. Si no hay esa identidad, todo se resolverá en los infiernos de la balcanización política y los caudillajes de corto plazo.
Por otro lado, el avance hacia la unidad, la posibilidad de imaginar unas primarias nacionales para las centroderechas, debería llevar a los sectores democráticos a entender la necesidad de urgentes y dramáticas reformas para relanzar el crecimiento y el proceso de reducción de pobreza en el país. Es imposible imaginar la afirmación del Estado de derecho, la continuidad del sistema de libertades políticas y económicas sin que los motores del crecimiento vuelvan a encenderse y a reducir la pobreza.
En este contexto, el Congreso tiene una enorme responsabilidad. No se puede permitir que el Estado empresario vuelva al país de a pocos a través del incremento de las actividades de Petroperú, no se debería seguir destruyendo el sistema privado de pensiones con nuevos retiros y se deberían derogar todas las normas que atentan contra la disciplina macroeconómica, la meritocracia en educación y las normas laborales promulgadas durante el gobierno de Castillo que fomentan el enfrentamiento entre empresarios y trabajadores.
En otras palabras, propuestas más o menos, el Congreso debería tener una agenda de relanzamiento del modelo económico del país. Sin economía de mercado, sin crecimiento que reduzca la pobreza, los sectores antisistema se llenarán de argumentos para agitar en contra la inversión privada. Y las posibilidades de un nuevo Castillo, más avezado y discreto, se multiplicarán a la enésima potencia.
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