La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Es imposible superar una guerra, una confrontación y la polarización si es que los dos sectores en pugna no retroceden en sus demandas y, sobre todo, cuando se trata de política, en las narrativas y los relatos. Algunos sectores progresistas, comentando la liberación de Alberto Fujimori, aceptaron la necesidad de superar el enfrentamiento que destruye el país. Sin embargo, agregaron que Fujimori debía pedir perdón, aceptar que hubo excesos en la guerra contrasubversiva, que se violaron Derechos Humanos y que se debía pagar las reparaciones civiles que suman S/ 57 millones.
Semejantes comentarios nos permiten reflexionar sobre un tema tan crucial. Hay un sector del progresismo nacional que empieza a entender que la continuidad de la guerra política de las últimas décadas, de una u otra manera, está levantando una ola de reacción nacional de imprevisibles consecuencias para la institucionalidad y la convivencia política, y que los primeros afectados por esa ola serán las corrientes de izquierda. El país entero ya ha percibido que la polarización entre antifujimoristas y fujimoristas solo llevó a la elección de Pedro Castillo y es poco probable que el sector progresista, el llamado sector caviar, gane elecciones. La mencionada corriente se resiste a formar partidos, presentar programas y disputar en los comicios nacionales, porque pretende gobernar a través del control de instituciones.
En este contexto, de polarización, de incertidumbre, de guerra y control por las instituciones, de destrucción del crecimiento y el proceso de reducción de pobreza, es necesario reflexionar, imaginar, cuáles son las condiciones de un nuevo entendimiento nacional. Y una de las primeras condiciones de cualquier acuerdo, de cualquier pacto, es evitar la trampa sectaria que pretende consagrar vencidos y vencedores.
Más allá de que los sistemas políticos de España y Chile ahora involucionen peligrosamente por las nuevas narrativas neomarxistas y progresistas, en el pasado ambas experiencias fueron ejemplos de acuerdos entre dos sectores brutalmente enfrentados que decidieron construir una comunidad política, consolidar instituciones y, por lo tanto, crear nuevas derechas e izquierdas que superaron los enfrentamientos previos. Una de las condiciones de esos pactos fue evitar la trampa de establecer vencedores y vencidos.
En el Perú, igualmente, no debería haber vencedores ni vencidos. De lo contrario, en el fondo, no se querría el entendimiento nacional. Por el lado de los sectores que se oponen a las fábulas progresistas siempre hubo el reconocimiento de que en la guerra contrasubversiva el Estado cometió excesos y violaciones de Derechos Humanos. Finalmente, hay sentencias, indemnizaciones y procesos cumplidos. Sin embargo, lo que nunca se aceptó y se aceptará es que hubo “una violación sistemática de Derechos Humanos y el desarrollo de un conflicto armado interno”, tal como se sostiene en el informe de la Comisión de la Verdad.
Muy por el contrario, la guerra contraterrorista de esos años representó la mayor movilización campesina de la historia del Perú y una de las estrategias contrasubversivas con mayor movilización popular de la historia moderna. Por lo tanto, el concepto de una violación sistemática de Derechos Humanos, en que se cometía atrocidades con un mando centralizado, del cual deriva el absurdo de la “autoría mediata” con que se condenó a Fujimori, solo es una construcción legal e ideológica de corte soviético.
De allí que la única manera de superar estas cordilleras que parecen insalvables es retornando al principio que construye las sociedades abiertas, las sociedades democráticas: aceptar que, con respecto a la historia, existen varios relatos, varias narrativas, que deben convivir en una sociedad plural. Semejante postura significa abandonar el criterio soviético del progresismo nacional, que pretende instaurar un relato oficial sobre la guerra contrasubversiva. Es decir, una ideología oficial sobre la historia como lo hacía el régimen estalinista.
Finalmente, los grandes acuerdos nacionales entre dos bandos que se enfrentan en la reciente historia solo son posibles con el olvido, con la amnesia histórica de todos los sectores que pretenden construir una comunidad política. De lo contrario, el Perú avanzará hacia una feroz reacción conservadora de impredecibles consecuencias, tal como empieza a suceder.
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