La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Una de las explicaciones del encumbramiento de Pedro Castillo en el poder y el desastre nacional que han desatado Perú Libre y el Movadef tiene que ver con el fracaso de las élites políticas. Desde la izquierda y también desde la derecha.
Ante el frenazo de tres décadas de crecimiento y reducción de pobreza, frente a la implosión del Estado y el colapso de los servicios públicos por el nombramiento de activistas y militantes de Perú Libre y el Movadef –en vez de técnicos y profesionales– las élites políticas nacionales se muestran incapaces de gestar un acuerdo para organizar una transición política y, de una u otra manera, los civiles, los políticos, avanzan a un nuevo fracaso general. Vale recordar que en los años ochenta los políticos fracasaron ante el terrorismo y la hiperinflación y nos costó la democracia. ¿Por qué tendría que ser diferente en esta ocasión?
La fragmentación y el faccionalismo comienza a disolverlo todo. Cada sector defiende su pedacito de interés en vez de poner por delante los objetivos de la República. Acabamos de conocer la propuesta del ex presidente transitorio, Francisco Sagasti, y del Partido Morado, sobre la posibilidad de adelantar las elecciones generales; no obstante que esta figura no está contemplada en la Constitución, y no obstante también que la única entidad que podría tramitar una iniciativa parecida es el Congreso. ¿Acaso se propone una fórmula de ese tipo porque se pierden las votaciones en el Congreso? Si es así, entonces, cuando estoy en minoría convocó a un golpe de masas para ver cuál es el resultado.
El sentido de facción y aventura parecen ir de la mano. ¿Qué lleva a pensar a un grupo de activistas morados, sin posibilidades electorales, que el adelanto general de elecciones podría favorecer a la libertad? ¿Acaso no temen con justicia que de allí pueda salir la constituyente? La ausencia de partidos, de colectividades, lleva a pensar que la historia empieza con nuestras humildes existencias.
Sin embargo, por el lado de la derecha las cosas van en el mismo sentido. Este sector político no solo está obligado, con justicia y legitimidad, a seguir buscando el relevo de todo el Ejecutivo, ya sea a través de la vacancia o la inhabilitación, como el inicio de una transición que detenga el proceso de destrucción nacional del Gobierno de Castillo. Sin embargo, en la propia conformación de la mesa directiva las bancadas llamadas a converger y a formar mayoría parecen actuar como si se tratara de una junta directiva más, y no la llamada a desarrollar una transición del actual desastre nacional.
Y si a esto le sumamos la fragmentación y el faccionalismo que la derecha ha demostrado en la inscripción de sus listas en las elecciones regionales, queda en evidencia que todavía no se ha entendido qué representa la amenaza colectivista en el Perú. Falta cultura, ideología e institucionalidad partidaria para entender, por ejemplo, que si no hubiese habido tres candidaturas de la centro-derecha en las elecciones pasadas, de ninguna manera el Perú estaría viviendo semejante tragedia.
Desde aquí, entonces, llamamos a las corrientes de la centro-derecha y la centro-izquierda a evitar el fracaso de la civilidad y las instituciones en la búsqueda de una salida a la actual crisis nacional. No permitamos un nuevo fracaso de los civiles, un nuevo fracaso de las instituciones, que desencadene los golpes de masas que suelen convocar constituyentes o el regreso de actores del pasado. Es hora de deponer intereses locales y pensar en el sistema republicano.
Los peruanos han cometido el peor error que se puede cometer en una república: elegir al peor candidato de una elección nacional. Sin embargo, estamos obligados a preservar las instituciones, cueste lo que cueste.
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