La comisión de Constitución del Congreso de la R...
La izquierda progresista suele resumir la historia de las últimas tres décadas en un parteaguas del bien y del mal a partir del golpe de Estado del 5 de abril, que perpetró Alberto Fujimori, inaugurando una década de autoritarismo. A partir de ese hecho surgen los ángeles y los demonios y queda en evidencia que, antes que tratar los temas históricos, las izquierdas progresistas y comunistas pretenden contarnos una historia, un cuento, pretenden erigirse en los grandes fabuladores del país.
Todos los demócratas y republicanos debemos condenar el 5 de abril y procesar las autocríticas necesarias sobre el acontecimiento. Sin embargo, es necesario preguntarse si esa interrupción constitucional provino de la izquierda o de la derecha. Fujimori fue elegido con el apoyo de todas las izquierdas y, finalmente, ese golpe de Estado se pretendió justificar por una supuesta oposición obstruccionista de la bancada del Frente Democrático (Fredemo) en las dos cámaras del Legislativo.
Más allá de los debates, el golpe del 5 de abril pareció adquirir apellido de derecha porque el fujimorato desarrolló las reformas económicas desreguladoras más impresionantes de la historia, que permitieron triplicar el PBI, reducir la pobreza del 60% de la población a solo 20%, y permitir el final de diversas formas de exclusión con el empoderamiento de los migrantes andinos a través de la titulación de la propiedad y el surgimiento de una burguesía de origen andino. Sin embargo, el golpe del 5 de abril debe condenarse porque interrumpió el Estado de derecho de entonces.
Ahora bien, la historia de los golpes de Estado del último medio siglo, ¿acaso empieza y termina con el 5 de abril? De ninguna manera. El golpe de Estado del general Juan Velasco Alvarado del 3 de octubre de 1968, que canceló la democracia y desarrolló las mayores expropiaciones del siglo XX, tiene nombre, apellidos paterno y materno, de izquierdas. Ese golpe no solo acabó con el sistema democrático sino que instauró el modelo económico del Estado empresario, de la regulación de precios y mercados, y se crearon más de 200 empresas estatales que desataron la hiperinflación de los ochenta, una deuda pública inmanejable y hundieron en la pobreza a más del 60% de la población. ¿Cómo así la izquierda podría negar la paternidad del velasquismo?
Luego de dos décadas de democracia y cuatro elecciones sucesivas sin interrupciones –bajo el marco de la Constitución de 1993– Martín Vizcarra perpetró un golpe de Estado el 30 de septiembre del 2019, mediante el cierre inconstitucional del Congreso. Utilizando argumentos risibles e invocando una figura que no existe en la Constitución y en ningún ordenamiento constitucional del planeta procedió a cerrar el Congreso, elegido mediante el sufragio de todos. Se invocó una supuesta “denegación fáctica de confianza” y el golpe de Vizcarra quedó como uno de los más curiosos de la historia del país: recibió el respaldo de casi toda la academia y la prensa progresista. El golpe en este caso, indudablemente, provino de las geografías de izquierda.
El golpe de Vizcarra inauguró la tragedia nacional en que estamos sumergidos. La sucesión constitucional y legítima de Manuel Merino fue interrumpida por un golpe de masas que, igualmente, fue alentado por la izquierda progresista. Las minorías del Congreso se hicieron del poder en una versión edulcorada de las masas insurrectas en las revoluciones del siglo pasado.
Más tarde, Pedro Castillo y los núcleos vinculados al eje bolivariano habrían de utilizar todos los argumentos que Martín Vizcarra y la academia progresista pergeñaron para justificar el golpe de la “denegación fáctica de confianza”. El golpe de Castillo del 7 de diciembre del 2022 se hizo con todo el arsenal vizcarrista: desde el tema de la confianza hasta la utilización del referendo para quebrar el sistema constitucional.
Vale señalar que las Fuerzas Armadas del Perú y la policía nacional del Perú (PNP), a diferencia de lo sucedido en todos los golpes de Estado mencionados, frente al golpe de Castillo y del eje bolivariano se pusieron del lado de la Constitución y el Estado de derecho. Un cambio histórico que puede cambiar la historia del golpismo en el país.
Finalmente, el golpe de masas contra el Gobierno constitucional de Merino inspiraría a las vanguardias comunistas que desataron una de las insurrección más feroces en la región –luego del fallido golpe de Castillo– en contra de la Constitución, el Estado de derecho y el Gobierno constitucional de Dina Boluarte. Este nuevo intento de golpe, como todos sabemos, fracasó.
Más allá de los esfuerzos del progresismo de contarnos un cuento sobre los golpes de Estado, es incuestionable que la naturaleza golpista de las izquierdas proviene del contenido “revolucionario” de sus propuestas.
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