La comisión de Constitución del Congreso de la R...
La mayoría de los partidos y sectores políticos, económicos y sociales, que resistieron y luego derrotaron el proyecto de la asamblea constituyente de Pedro Castillo y del llamado eje bolivariano, de una u otra manera, sumó fuerzas por un instinto primario de supervivencia. Finalmente, si ganaba el proyecto totalitario de la constituyente, en el Perú se acabarían las libertades políticas y económicas y las posibilidades de cualquier proyecto político.
Sin embargo, a diferencia de la oposición a Castillo, todos los sectores que apoyaron la constituyente y ahora respaldan la insurrección contra la Constitución y el Estado de derecho, sí tuvieron un eje central de unidad: el cambio del modelo económico de la Constitución de 1993, el restablecimiento del Estado empresario, el control de los mercados, de los precios y del comercio exterior. De allí la sorprendente unidad de todos los sectores comunistas, colectivistas y progresistas en contra del “modelo neoliberal que le roba los recursos naturales a los pueblos”.
Todos los sectores de izquierda entendieron que sin la destrucción de la economía de mercado no había constituyente. Pero allí se encontraron con una inesperada fortaleza. Si en las últimas tres décadas el modelo económico –basado en la inversión privada y la desregulación de mercados– había triplicado el PBI y había logrado reducir la pobreza del 60% de la población a 20% (antes de la pandemia), ¿cómo se podían negar semejantes logros? Cada vez que los oficialistas planteaban la nacionalización del gas, de las minas de cobre, de una u otra manera, la mayoría de la sociedad se preguntaba sobre el futuro de sus ahorros y su propiedad privada, acumulados en los últimos 30 años.
Aunque parezca mentira –no obstante la feroz destrucción del sistema político que desarrolló el vizcarrismo– el modelo económico y los mercados populares se convirtieron en los adversarios más soberbios del proyecto de la constituyente del eje bolivariano. El manual marxista comenzaba a fallar: en una sociedad que crecía y reducía la pobreza era difícil tomar el poder y liquidar el modelo que posibilitaba los avances económicos y sociales. El eje bolivariano fracasaba en el Perú, y luego se hundió con el fallido golpe de Castillo.
Sin embargo, en los sectores democráticos no parece existir la misma claridad con respecto al papel del modelo económico que en los sectores colectivistas. Pocos sectores del centro derecha hacen las conexiones entre institucionalidad, libertad y crecimiento. De lo contrario no se entendería cómo en el Congreso no se atreven a derogar los decretos laborales del Gobierno de Pedro Castillo que prohíben la tercerización, que fomentan la sindicalización artificial y liberalizan en extremo el derecho a huelga para incrementar la conflictividad en el trabajo, paralizar la producción y ahuyentar a la inversión privada.
En general los sectores democráticos que defendieron la Constitución frente al golpismo de Castillo no se atreven a defender el modelo por el prejuicio de aparecer al lado de los intereses de los empresarios. No hay un solo sector político que le explique al país que si hoy seguimos en democracia, que si la constituyente no prospera, es precisamente por ese instinto de la sociedad de preservar el ahorro y la propiedad, un instinto que vale por igual para el ciudadano de a pie, para los emprendedores de los mercados populares y para las grandes empresas y corporaciones. La idea de defender la propiedad privada es un instinto básico de cualquier sociedad y de cualquier sector social.
La resistencia y la victoria frente a Castillo no se ha convertido en reflexión y cultura a favor de las libertades económicas y, por lo tanto, no puede generar espacios de unidad en los sectores democráticos. Si no se avanza por esa ruta será imposible construir un nuevo escenario, y tarde o temprano volverá a aparecer un nuevo Pedro Castillo.
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