La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Hasta hoy los procesos sociales no han inventado un actor político y social alternativo a la acción de los partidos políticos para organizar un sistema republicano, desarrollar el gobierno de las instituciones, el equilibrio de poderes y el control político del poder. Sin los partidos políticos, sin la llamada partidocracia, la institucionalidad y la libertad languidecen.
Las grandes experiencias democráticas del Reino Unido y de los Estados tienen en los partidos la columna central del equilibrio de poderes. Allí en donde se ha eliminado el gobierno de los partidos, allí en donde no existe una partidocracia o un sistema de partidos políticos, ha surgido el partido único autoproclamado representante de una clase, de una nación, de la mayoría de pobres y otras fábulas alternativas al sistema de democracia representativa. Desde la experiencia soviética y nazi hasta las revoluciones comunistas en China y Cuba, pasando por las experiencias bolivarianas de Venezuela y Nicaragua, se ha negado el gobierno de los sistemas de partidos que suelen prosperar en las democracias occidentales.
Por estas consideraciones, todos los demócratas peruanos tenemos que celebrar los cien años del aprismo y la trayectoria de Víctor Raúl Haya de la Torre como expresiones paradigmáticas de las grandes tradiciones partidarias occidentales en el siglo XX. En este contexto, hablar del concepto de partido político en el Perú solo puede remitirnos a la experiencia del Apra que –en términos de ideología, programa, estructura organizativa y mística política– nos evoca lo mejor de las tradiciones partidarias occidentales, de tal manera que se convierte en un paradigma en las experiencias hispanoamericanas.
Igualmente, la historia del Perú del siglo XX, para bien o para mal, no puede analizarse al margen de la historia del aprismo. Basadre habló de la irrupción de las masas en las primeras décadas del siglo pasado, e historiadores y sociólogos han gastado ríos de tinta analizando el fenómeno aprista, llegando a sostener que representaba una forma de religiosidad laica.
Por otro lado, Haya de la Torre fue un coloso de la política del siglo pasado, quien incluso llegó a pactar con dictaduras y con sus verdugos para evitar la guerra civil en el país. De alguna manera los retazos de estabilidad democrática del siglo XX también tienen que ver con la voluntad del pacto que desarrolló el hayismo. Hoy que el Perú está sumergido en una guerra civil institucional sin balas, cuánta falta hace el gesto hayista en el Perú.
El domingo pasado el aprismo volvió a llenar la Plaza de Acho, tal como lo hizo Haya de la Torre a inicios de los treinta del siglo pasado. Sin embargo, el siglo de aprismo todavía es posible porque Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez y los gigantes intelectuales que los acompañaron fueron capaces de combinar la acción política heroica, e incluso la entrega de la vida, con una poderosa actividad ideológica e intelectual.
Al margen de cualquier error, el aprismo sobrevivió por su intenso trabajo ideológico, intelectual y cultural. Alan García, otro coloso de la política peruana, llevó al aprismo al poder democrático y prolongó la vida partidaria hasta la actualidad. Sin embargo, es incuestionable que el Apra empieza a envejecer, no solo por la falta de renovación de los liderazgos, sino también, y sobre todo, por la falta de una reforma ideológica y cultural.
El Perú ya no es un país con mayoría andina, tal como lo registró Haya. Los Andes se vaciaron, sus pobladores migraron, tomaron las principales ciudades de la costa y se vengaron de las exclusiones de la Independencia, convirtiendo a Lima en la principal ciudad andina del Perú. La colisión entre un mundo formal y otro informal –pero de mayorías abrumadoras– que se inauguró con la fundación republicana prosigue y necesita una urgente salida.
Un partido de arraigo nacional en la política del siglo XXI debería representar a ese mundo emergente. que colisiona con la institucionalidad, y ubicar al Perú como una nueva potencia en el planeta, tal como alguna vez lo fue durante el gran Imperio español. El Apra y los proyectos de partidos deberían recoger ese desafío.
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