¡Y va caer, y va caer, la dictadura va caer!

Ayer el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, se proclamó presidente encargado de Venezuela y, en el acto, el mundo democrático se puso de pie para respaldar al nuevo mandatario venezolano. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reconoció a Guaidó como jefe de Estado, sumándose al claro respaldo del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Los gobiernos de Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Chile y Argentina también reconocieron la legitimidad de Guaidó. En América Latina solo el gobierno de Manuel López Obrador en México se negaba a dar el paso democrático, dejando en claro que el gran país del norte, tarde o temprano, enfrentará las lacras que suelen arrojar sobre sus sociedades los populismos y los colectivismos.

En un acto de histrionismo desesperado, la satrapía chavista “rompió relaciones con Estados Unidos” mientras otorgaba un plazo de 72 horas a los funcionarios estadounidenses para abandonar el país. Como respuesta, el presidente Guaidó envió un mensaje a las delegaciones diplomáticas señalando que el nuevo Gobierno mantenía relaciones diplomáticas con las naciones democráticas e invocándolas a no abandonar el país.

Mientras sucedían estos acontecimientos, en Caracas se producían las concentraciones de masas más impresionantes de los últimos años en respaldo de la nueva administración de Guaidó. Por su lado, Maduro, acompañado de Diosdado Cabello y Delcy Rodríguez, intentaba polarizar con “el imperialismo de Estados Unidos”, como una manera de ocultar la abrumadora mayoría que se opone a la continuidad de la dictadura chavista, que no solo ha acabado con la democracia en Venezuela sino que ha generado una de las peores tragedias humanitarias en América Latina. Como se sabe, más de cuatro millones de venezolanos han emigrado de su país para no caer víctimas del hambre.

Al cierre de esta edición era extremadamente complicado establecer cuál iba a ser el desenlace de la crisis venezolana. Sin embargo, un hecho sí era evidente: nunca la dictadura chavista había enfrentado tal nivel de aislamiento interno e internacional. El mundo democrático y la comunidad latinoamericana simplemente le dijeron “no” a una dictadura que no solo oprime a su pueblo, sino que lo somete a una destrucción económica sin precedentes. Como muestra, según un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), el 2019 la hiperinflación en Venezuela será de 10,000,000%. El mismo informe señala que, de continuar el estatismo controlista en Venezuela hasta el 2023, el PBI per cápita se contraerá en 60%. El algo inimaginable en una sociedad que tiene las mayores reservas petroleras del planeta y que alguna vez era considerada una especie de Suiza latinoamericana, que convocaba el interés de la mayoría de migrantes en la región.

Es incuestionable que el proyecto castrista de crear una Cuba continental, varias veces más grande, con ingentes recursos petroleros y millones de habitantes, hoy enfrenta su peor momento. La fuerza de la dictadura ya ni siquiera está en la movilización en las calles, en donde pierden fuerza ante el crecimiento masivo de las protestas de la oposición. La única posibilidad de que la satrapía chavista se mantenga en el poder pasa por la unidad de las Fuerzas Armadas de Venezuela, entidad en la que la inteligencia cubana ha desarrollado una labor de control que le permite márgenes de maniobra a Maduro y sus cómplices en la tragedia venezolana.

Los demócratas de la región y del mundo hacemos votos para que se acabe la dictadura y el colectivismo en Venezuela. La única manera para que nuestros hermanos llaneros dejen de emigrar desesperados a los países vecinos, en busca de alternativas para sobrevivir.