Cuando el marxismo y las corrientes colectivistas señal...
Luego de haber aceptado el envío de dos vuelos con inmigrantes colombianos ilegales, expulsados de los Estados Unidos –tal como lo informó Marco Rubio, secretario de Estado de los Estados Unidos–, el presidente Gustavo Petro se negó a autorizar el aterrizaje de las naves en suelo colombiano. En el acto, el presidente Donald Trump anunció que las exportaciones colombianas iban a ser gravadas con aranceles del 25% y que se iban a cancelar las visas del propio Petro y de todos los miembros de su gobierno.
Luego de la respuesta de Estados Unidos, Petro anunció medidas contra la gran nación del norte que solo desnudaban la ridiculez y la debilidad en que había sido arrinconado por la decisión de Trump; incluso se habló de respuestas arancelarias a Estados Unidos, provocando la hilaridad de los entendidos en comercio internacional. Es evidente que las exportaciones colombianas no tienen mayor importancia para la unión federal del norte. Muy por el contrario, Estados Unidos es extremadamente importante para los envíos colombianos.
Presionado por la sociedad colombiana y el reclamo de los políticos demócratas, e incluso de iniciativas para vacarlo del cargo, Petro dio marcha atrás y aceptó el envío de aviones con sus compatriotas repatriados. El gobierno de los Estados Unidos informó que Petro aceptaba los términos de repatriación de Trump y el canciller de Colombia, Luis Gilberto Murillo, señaló que Colombia daba por superado el impasse.
Trump entonces le había doblado la mano a Petro y había enviado un mensaje clarísimo a todo el planeta con respecto a las migraciones descontroladas que fomentan los progresismos, los neocomunismos y los proyectos bolivarianos con el objeto de destruir el Estado de derecho en las sociedades democráticas. En este contexto, vale preguntarse por qué Petro se negó a recibir a sus compatriotas con argumentos fútiles si había guardado un largo silencio con respecto a la descontrolada migración del pueblo venezolano que, incluso, le permite a la dictadura venezolana fomentar la exportación del crimen organizado. ¿Acaso el primer deber de un gobierno no es acoger a sus connacionales desterrados de otro país? Nadie lo entiende. En todo caso, la díscola posición de Petro contrasta con la prudente decisión del gobierno de Brasil de aceptar a los brasileños deportados de los Estados Unidos.
En cualquier caso, en la era Trump se ha vuelto a herir una de las estrategias más corrosivas del progresismo y el wokismo en contra de las democracias occidentales: la migración ilegal indiscriminada que, en vez de aumentar el número de ciudadanos que trabajan, contribuyen y respetan la ley, fomenta la instalación de zonas liberadas del Estado de derecho y de las constituciones nacionales.
En Europa la inmigración ilegal de origen islámico está creando estados dentro de los estados nacionales y, de una u otra manera, se ha convertido en una enfermedad que puede liquidar para siempre la libertad occidental, sobre todo porque en las sociedades musulmanas se aplica la sharia, la ley civil islámica.
Las imágenes de Petro retrocediendo a tontas y locas de sus juegos de artificio, igualmente, envía un poderoso mensaje a los proyectos bolivarianos en Hispanoamérica, particularmente a Venezuela que, en la última década, ha fomentado la exportación de bandas criminales de sus cárceles para desprestigiar la legítima y justificada diáspora de nuestros hermanos venezolanos y destruir los Estados de derecho en la región bajo el ataque del crimen organizado. Así sucede en Colombia, Ecuador, Perú y Chile, por ejemplo.
El segundo gobierno de Donald Trump, entonces, empieza a convertirse en la peor pesadilla que podían imaginar las corrientes progresistas, wokistas, neocomunistas y comunistas que convergieron –al margen de cualquier matiz– para destruir y erosionar las democracias occidentales. Sin lugar a duda, la posición de Trump con respecto a la inmigración ilegal tendrá enormes efectos en Europa, Hispanoamérica y todas las sociedades de Occidente.
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