Santos y la Alianza del Pacífico

El costo político de su alianza con la izquierda sería muy nocivo.                                                                             

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, fue reelegido con el 50% de los votos durante una jornada electoral signada por el ausentismo de más de la mitad de los sufragantes. El candidato uribista, Óscar Ivan Zuluaga, alcanzó el 45% de la votación y el resultado nos dejó una Colombia polarizada sobre cómo enfrentar la paz con las Farc. Alrededor de 7 millones de colombianos no confía en las conversaciones con la guerrilla que impulsa Santos en La Habana y se opone a tantas concesiones.

El triunfo de Santos no habría sido posible sin el papel de la izquierda. La candidata presidencial Clara López y el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, ambos militantes de la izquierda, abandonaron las diferencias programáticas con un gobierno que, no obstante las concesiones a las Farc y la contemporización con Venezuela y la Unasur, sigue siendo un régimen liberal, y salieron a apoyar la reelección. Es decir, aunque parezca mentira, Santos –quien hasta unos años era el delfín uribista- fue reelegido con el apoyo compacto de la centro izquierda colombiana. ¿Qué consecuencias producirá este hecho para su gobierno?

Si Santos no recompone sus relaciones con la centro derecha colombiana (uribistas y conservadores) terminará pagando una enorme factura a la izquierda que, si bien lo apoya para las conversaciones con las Farc en La Habana, se opone abiertamente al libre comercio, a la firmas de más Tlcs y cualquier reforma en educación, salud y otros sectores que promuevan la inversión privada. Es decir, está en contra de la esencia del régimen del propio Santos.

El nuevo gobierno colombiano debería tener muy en cuenta la enorme factura que está pagando Michelle Bachelet en Chile, quien debido a su alianza con el Partido Comunista Chileno se ha lanzado a tontas y locas a impulsar una reforma tributaria que busca incrementar el impuesto a la renta y terminar con las exoneraciones a la reinversión de utilidades, con el supuesto objetivo de financiar una reforma educativa que cancelará la inversión privada en el sector. En otras palabras, en Chile se busca acabar con dos pilares del milagro económico para tranquilizar a los dirigentes estudiantiles que reventaron las calles de Santiago.

Pero las cosas no quedan allí. La izquierda es una fuerza religiosa, fundamentalista, ideológica por naturaleza y la ideología le indica que debe oponerse frontalmente a la Alianza del Pacífico (AP) que impulsan Chile, Colombia, Perú y México, no obstante que son países democráticos, con economías abiertas, que tienen TLC con los principales bloques económicos del planeta y que lideran el crecimiento y la reducción de pobreza en América Latina. A pesar de todo eso, el gobierno de Bachelet se dedica a la pirotecnia proponiendo acercar la AP al Mercosur cuando los empresarios del Brasil no saben qué hacer para librarse de ese acuerdo comercial al que califican camisa de fuerza.

El Presidente Santos, como cualquier zorro de la política, debe saber que las elecciones ya terminaron. Y seguramente también sabrá que, si bien el proceso de paz con las Farc es asunto crucial para Colombia, cualquier diferencia o énfasis sobre el tema no puede terminar tragándose la esencia del éxito de los colombianos: la vigencia de la democracia y el mercado. Imaginemos por un momento que el gobierno de Santos cede a las presiones anti comercio de la centro izquierda. ¿Qué significaría? Pues que Santos fue incapaz de atraer a los guerrilleros comunistas a la democracia y que, por el contrario, los narcoterroristas lo embaucaron de tal manera que lo alejaron de la Alianza del Pacífico y dinamitaron las columnas del milagro colombiano.