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El modelo de sustitución de importaciones, el proyecto estatista y la conducción del chavismo de la empresa PDVSA, la petrolera estatal de Venezuela, el país con más reservas probadas de petróleo en el planeta, han significado la destrucción general de la economía y de la sociedad llanera.
Según diversas proyecciones económicas entre el 2014 y el 2021 Venezuela ha perdido el 80% de su PBI, no obstante ser el país con las mayores reservas de petróleo en el planeta. Antes del gobierno chavista el señalado país producía más de tres millones de barriles de petróleo diarios. En la actualidad apenas llega a los 700,000 diarios. El PBI se ha derrumbado y alrededor del 90% de los venezolanos está en situación de pobreza; sin considerar que casi un tercio de los ciudadanos de ese país han emigrado, intentando salvar a sus familias y evitando la persecución del sistema político.
En Venezuela el modelo de sustitución de importaciones ha liquidado la inversión privada en casi todos los sectores económicos, de modo que no hay carne, leche, huevos, pan y la gente se arrancha los mendrugos estatales que arroja el régimen chavista. En su afán de controlar el poder, de acallar a la oposición que tiene el respaldo de las mayorías nacionales –tal como se reflejó en las últimas elecciones que la dictadura desconoció– el régimen chavista necesita desarrollar una colectivización total de la economía. Y eso es precisamente lo que sucede.
Según diversos historiadores, considerando que Venezuela no enfrenta una guerra convencional con otro país, la crisis económica del país sudamericano es la peor conocida desde la segunda mitad del siglo pasado, incluso más aterradora que la Gran Depresión en los Estados de los años treinta del siglo XX y de todas las crisis hiperinflacionarias conocidas en Hispanoamérica y en el África. La pregunta que entonces emerge es, ¿cómo se puede mantener una dictadura tan excluyente en el poder?
Una vez más las derechas en la región subvaloran el papel de las ideas y las estrategias políticas de los expertos estrategas cubanos que, luego de renunciar a las abiertas guerrillas de las décadas pasadas, han organizado un software –por decirlo de alguna manera– que posibilita a las izquierdas desarrollar estrategias en los sistemas democráticos con el objeto de perpetuarse en el poder. Esa estrategia ha funcionado en Venezuela, en Nicaragua y se consolida en Bolivia.
Sobre la base de una serie de narrativas y relatos, la estrategia bolivariana liderada por el régimen cubano construyó una plataforma política e ideológica que se propuso instalar gobiernos totalitarios en todos los países en los que la izquierda llegó al poder a través de las elecciones. El método para instalarse en el poder fue a través de las propuestas de la asamblea constituyente que pretendían refundar las sociedades democráticas. En base a ese objetivo los animadores del proyecto bolivariano en la región se dedicaron a extraer los recursos petroleros de Venezuela, el gas de Bolivia, y pretendieron avanzar sobre el cobre de Perú y Chile sin mayor éxito por la defensa de las instituciones de los estados de derecho en ambos países.
Paralelamente, mientras se dedicaban a extraer los recursos naturales de las sociedades en que tomaban el poder los activistas del eje bolivariano comenzaron una alianza abierta con el narcotráfico y las economías ilegales, una alianza que se expresa, sobre todo, en la tolerancia con las guerrillas colombianas –convertidas en cárteles de la droga– que suelen tener zonas de refugio y descanso en territorio venezolano. Con la llegada de la izquierda al poder en Colombia esta situación se ha agravado.
El modelo económico que empobrece a los venezolanos, pues, es parte de la estrategia de poder de las corrientes de izquierda vinculadas al Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. En otras palabras, el empobrecimiento de la gente, la tragedia de las familias venezolanas, y la expulsión de millones de hombres de sus casas, de sus propiedades, es una de las condiciones de la estrategia de poder del eje La Habana- Caracas.
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