Editorial Economía

La importancia de la economía en la libertad

Una relación que no entiende cabalmente la oposición

La importancia de la economía en la libertad
  • 09 de junio del 2022


Si alguien tuviese que responder a la interrogante de por qué se mantuvo el sistema republicano en las últimas dos décadas, a través de cuatro elecciones sucesivas sin interrupciones, hasta la llegada del Gobierno de Castillo, es incuestionable que las respuestas no estarían del lado de la política, los proyectos intelectuales ni, en general, de los actores públicos. De alguna manera la política y el espacio público estuvieron en crisis política permanente. Representaron el fracaso.

Uno de los resultados de esa crisis política endémica es que los actores políticos no lograron reformar el Estado luego de las reformas económicas de los noventa. Como todos sabemos, las reformas económicas de tres décadas atrás acabaron a combazos con el estado empresario, que había organizado alrededor de 200 empresas estatales, desatando una de las hiperinflaciones más impresionantes de la historia y empobreciendo a más del 60% de la población. Igualmente, se desregularon los mercados y precios, y se derrumbaron todos los muros en contra de la iniciativa privada y la actividad creadora de la sociedad. 

Si bien las mencionadas reformas fueron constitucionalizadas en el régimen económico de la Constitución de 1993, la clase política no organizó un estado moderno, exceptuando algunas islas de institucionalidad económica: el Banco Central de Reserva, la Superintendencia de Banca y Seguros, la tecnocracia del Ministerio de Economía, entre otras.

A pesar de la ausencia de un Estado moderno, la desregulación de la economía posibilitó el regreso del capital privado a la minería, al agro, la construcción y demás actividades. En tres décadas, el Perú logró (hasta antes de la pandemia) una hazaña republicana: arrinconar la pobreza al 20% de la población, triplicar el PBI y comenzar la conversión del país en una sociedad con mayoría de ingresos medios.

El Perú fue calificado como un milagro entre las economías emergentes. Era una estrella que no cesaba de brillar. La tragedia comenzó a organizarse desde el gobierno nacionalista, que detuvo las inversiones mineras en Conga en Cajamarca y Tía María en Arequipa.

Sin embargo, los logros económicos y sociales del modelo permitieron que se desarrollaran cuatro elecciones sucesivas sin interrupciones. Los ganadores de las elecciones, al margen de ciertos gambitos electorales, mantuvieron las columnas del modelo económico, basadas en la Constitución de 1993. Más allá de marchas y contramarchas las instituciones se consolidaron y, en general, el sistema republicano comenzó a echar raíces. Es evidente, pues, que la estabilidad institucional y la continuidad de las libertades no se puede explicar por el arte de los políticos, que se sumieron en una polarización que terminó encumbrando la tragedia nacional de Castillo.

Los círculos virtuosos del Perú, entonces, solo pueden explicarse desde el empuje del modelo basado en la inversión privada y el esfuerzo de empresarios formales y millones de emprendedores de los mercados populares. Ellos son los principales creadores de la estabilidad.

Sin embargo, la ausencia de un estado moderno –principal falencia de los políticos– era una bomba de tiempo para el propio modelo. El viejo estado empresario, que fue demolido a martillazos con las reformas de los noventa, sobrevivió en las sobrerregulaciones de los ministerios y dependencias estatales que alentaron la corrupción y relativizaron los esfuerzos desreguladores de la Constitución y los 22 tratados de libre comercio que firmó el Perú.

En ese contexto, en la sociedad peruana se dibujaron los rostros de la economía formal e informal, que han caracterizado el desarrollo de la economía. La ausencia de un estado moderno explica que los formales  crecieran a velocidad crucero, mientras que los informales avanzaban con la lentitud de las tortugas.

Y si a estos hechos le agregamos que la ausencia de un estado moderno impidió la redistribución adecuada de la riqueza recaudada por el fisco –nunca antes hubo tanta riqueza en manos de los burócratas– a los sectores más excluidos de la sociedad, entonces tenemos una razón –entre otras– de que un modelo pro pobre, con tantos círculos virtuosos, terminó pariendo la destrucción nacional de Castillo, Perú Libre y el progresismo.

La economía a veces lo es todo.

  • 09 de junio del 2022

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