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El reconocido crítico español Tomás Paredes Romero, presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA), está en el Perú invitado especialmente para participar en la gran muestra retrospectiva de la obra del peruano Gerardo Chávez, actualmente en el Museo de la Nación. En esta entrevista para elmontonero.pe Paredes Romero nos habla sobre su admiración por Chávez y otros artistas y escritores peruanos.
¿Cómo llegó a la obra de Gerardo Chávez?
A través de París. El primer contacto fue a través de amigos que hablan de arte, y luego compré la monografía que hizo sobre la obra de Chávez un reconocido escritor francés. Así fui acercándome a su obra, viendo muy a menudo que se subastaban cuadros suyos en Francia, donde las galerías publican revistas con imágenes. Y desde entonces he seguido su obra, que me seduce por su imaginación desbordante y también por la iconografía que va desarrollando en cada cuadro.
Una iconografía que los críticos suelen adscribir al surrealismo...
Hay muchos tópicos alrededor de la obra de Gerardo Chávez, no sé si bien o mal intencionados. Los tópicos siempre tienen algo de verdad, pero no toda la verdad. Cuando Chávez llegó a París el surrealismo ya estaba acabado. Algo que no han dicho los críticos es que Chávez estás más adscrito a lo real maravilloso, según los preceptos de Alejo Carpentier; es decir, lo fantástico que está pasando en la vida real. La obra de Chávez debe vincularse más bien con el boom de la novela latinoamericana: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Roa Bastos, Alejo Carpentier.
Como crítico ¿cuál es su interpretación de la obra de Chávez?
Tendríamos que entra en un análisis o en un psicoanálisis. Pero yo creo que el arte plástico, la pintura, es esencialmente visual; y te llama la atención o no te llama la atención, te emociona o no te emociona. Y esta obra te llama la atención poderosamente porque de pronto aparece un tema prehispánico junto con un tema barroco europeo, y hace una fusión de tiempos como la que decía Eliot en Tierra baldía: “el pasado, el presente y el futuro al mismo tiempo”. Hay una imbricación de tiempos, de elementos fantásticos y animales como la serpiente, el ave, los felinos. Todos esos animales además los vi ayer en el Museo Larco [la muestra “Tesoros del antiguo Perú”], así que ese tipo de fusiones los peruanos las llevan en su vida y en su genética.
¿Encuentra relación entre Chávez, Szyszlo y otros artistas peruanos?
En Chávez hay una fantasía que usa siempre formas antropomorfas y zoomorfas. De Szyszlo no estaba en eso, sino en una abstracción casi geométrica, relacionada con el poscubismo; y principalmente un gran dominio del color. Por otra parte, yo he tenido mucha amistad con Luis Arias Vera (Lima, 1932-2016), un gran artista peruano que llegó a exponer en el Museo de Los Ángeles y que vivió muchos años en Madrid. Hay también un magnífico pintor peruano que se nacionalizó colombiano, Armando Villegas (1926-2013), al que incluso le hizo un libro García Márquez. Pero a ellos dos les pasó algo bastante frecuente en los que viven en el exilio: terminan siendo considerados extranjeros en su patria y también en su país. Seguramente por eso, y por el viejo tópico de que “nadie es profeta en su tierra” no son muy conocidos aquí en el Perú.
Algo de eso le pudo suceder a Chávez, que estuvo mucho tiempo lejos del Perú.
Sí, ha vivido mucho tiempo en París. Quizás por eso da la impresión de que ahora viene a conquistar un terreno; pero al contrario, yo creo que todo creador necesita estar en su tierra de origen, porque ahí recibe una fuerza que no encuentra en ninguna otra parte. Y además es un retorno necesario, porque en el Perú actualmente no hay un artista que se pueda equiparar con Chávez. Su lenguaje plástico está plenamente formado y a la vez es muy transparente, pues da información de dónde viene, lo que ha hecho, las influencias que ha tenido y cómo se ha ido desligando de ellas. Además Chávez tiene una bibliografía muy amplia e importante, porque han escrito sobre su obra intelectuales europeos de gran prestigio, y también latinoamericanos como el argentino Damián Bayón, el chileno Roberto Matta y hasta el propio Mario Vargas Llosa.
¿Tiene algún cuadro preferido en esta muestra?
Varios. Uno de ellos es “La justicia en su laberinto”, un cuadro enorme, de cinco o seis metros. La justicia siempre es representada como una mujer hermosa y con los ojos vendados. Y en este cuadro la justicia tiene un ojo destapado, porque la justicia aquí no es ciega, sino que tiene altibajos y preferencias. Hay jueces muy honorables, pero también hay otros que no lo son tanto. Además en el cuadro se ve gente que se queja, gente que sufre, gente que goza. Todo eso es lo que pasa en la vida en realidad, pues en los juicios siempre gana alguien y pierde alguien; pero no siempre gana quien debe ganar ni pierde quien debe perder.
Entrevista: Javier Ágreda
Fotografías: Luis Cáceres Álvarez
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