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La película peruana Sebastián aborda el polémico tema de la homosexualidad
El chiclayano Carlos Ciurlizza viajó hace algunos años a Estados Unidos a hacer estudios de actuación en el Sanford Meisner Center, donde se graduó en 2008. Pocos después fundó, junto con hermano Meackol la productora Sarabona, con la que ha realizado varios cortos que fueron muy bien acogidos en festivales internacionales. Recientemente Carlos ha dado el salto al largometraje con la película Sebastián (2015), un proyecto sumamente personal, que él ha escrito, dirigido y protagonizado. Se trata de un intenso drama ambientado en Ferreñafe, y que aborda la problemática de los homosexuales en sociedades “conservadoras”, religiosas y tradicionales, como esa pequeña ciudad del norte del país. Después de estrenarse en festivales de Corea, México y Canadá, esta polémica película acaba de llegar a nuestros cines.
Sebastián (interpretado por Ciurlizza), es un joven peruano que lleva una vida feliz en Estados Unidos, casado con Josh Cooper (el actor norteamericano Burt Grinstead), hasta que —por una emergencia de salud de su madre (Carmen, interpretada por Myriam Reátegui)—, tiene que regresar a su pueblo natal. Ahí nos enteramos de que Sebastián tuvo que exilarse debido a que su homosexualidad podía ocasionarle problemas políticos a Carmen, alcaldesa del pueblo. Además Sebastián había dejado en el Perú a su novia Lucía (Katerina D’onofrio), quien secretamente tuvo un hijo de él. Las situaciones dramáticas se inician con ese hijo insospechado (que en un principio rechaza a su padre) y se multiplican cuando aparece en escena Josh, a quien Carmen repudia. Y en el pueblo, al enterarse de que Sebastián y Josh son esposos, todos los rechazan de la manera más violenta.
Planteadas así las cosas, el guión (que obtuvo el premio a Mejor Guión en el Festival de Cine Outfest de Los Ángeles) resulta efectivo, aunque un tanto esquemático y enfático en el dramatismo de algunas situaciones. Pero al llevar esta historia a imágenes cinematográficas se han cometido demasiados descuidos y errores. Todo en la puesta en escena resulta precario y poco profesional; comenzando por la propia actuación de Ciurlizza, que no llega a darle los matices necesarios al complejo personaje que interpreta. También hay serias deficiencias en cuanto a la fotografía, la iluminación, el ritmo narrativo y hasta en la ubicación de la cámara. Y si la historia llega a sostenerse es gracias a las buenas interpretaciones de Reátegui, D’onofrio y Haydeé Cáceres, esta última en un papel pequeño: una de tres viejas cucufatas y chismosas, vestidas completamente de negro, que aparecen en momentos claves de la película.
Acaso el único elemento trabajado con creatividad y acierto es la musicalización. Se emplea casi exclusivamente música criolla, interpretada a la manera tradicional, únicamente con guitarra y cajón. Incluso para el sonido “incidental”, para reforzar los diversos momentos de la historia, se emplean únicamente esos instrumentos. El implícito homenaje al “criollismo” se complementa con el debut como actriz de Eva Ayllón, la más importante cantante de este género musical, quien interpreta a la segunda de esas “cucufatas”. En líneas generales, Sebastián nos hizo sentir de regreso a las épocas más precarias del cine nacional, cuando se hacían películas casi sin presupuesto y solo gracias al empeño personal de los directores. Una etapa ya ampliamente superada, como lo demuestran películas recientes y tan bien hechas como NN y Magallanes.
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