Editorial Cultura

La maldición de Hill House

La serie de Netflix que ha revolucionado el terror

La maldición de Hill House
  • 06 de noviembre del 2018

 

La mansión embrujada es uno de los tópicos más exitosos de la narrativa de terror. Acaso alcanzó su mejor expresión en relatos góticos como La caída de la casa Usher (1839), de Edgar A. Poe. Apenas inventado el cine, fue el propio Georges Méliès quien hizo la primera película de este tipo: La mansión del diablo (1896). Desde entonces se han filmado infinidad de versiones, muchas de ellas adaptaciones de muy exitosas novelas, como La maldición de Hill House (1959) de la norteamericana Shirley Jackson (San Francisco, 1916), considerada por Stephen King como una de las mejores novelas de horror del siglo XX. Después de un par de versiones cinematográficas (de 1961 y 1999), La maldición de Hill House llega ahora a nuestros hogares a través de Netflix, convertida una serie de televisión de diez capítulos, una de las más comentadas y elogiadas de este año.

El encargado de esta versión televisiva es Mike Flanagan (Massachusetts, 1978), conocido por haber dirigido exitosas películas de horror como Oculus (2013) y Ouija: el origen del mal (2016). Además de dirigir todos los episodios de la serie, Flanagan también se ha encargado del guion (así que podríamos decir que es una serie “de autor”), adaptando muy libremente la novela de Jackson. Así, lo que aquí se cuenta es la historia de la familia Crain, conformada por los esposos Steven y Olivia (ambos arquitectos) y sus cinco hijos, a quienes inicialmente vemos como niños, en una temporada que la familia pasó en una vieja mansión que los Crain estaban refaccionando para posteriormente venderla. Es en esta mansión (Hill House, la casa de la colina) que se producen una serie de sucesos paranormales, que concluyen con la misteriosa muerte de Olivia. Pero la mayor parte de las acciones de la serie suceden 20 años después de eso, cuando los hermanos Crain, ya adultos, siguen sufriendo las consecuencias de esas terroríficas experiencias.

En realidad lo que hace Flanagan es contarnos las historias de esto cinco hermanos, que representan a diferentes formas de asumir los trágicos sucesos de su niñez. El mayor de ellos es Steven, un exitoso escritor de libros de terror que dice no creer en ese tipo de hechos (aunque le resultan muy rentables). Él representaría a la negación. Shirley, la segunda, que siempre encara a su padre y a los demás, simbolizaría el enojo; y así hasta los dos menores, los mellizos Nell y Luke, los más importantes para la narración, que representarían a la depresión y la aceptación: él es un drogadicto y ella tiene un destino similar al de su madre. La mayoría de los capítulos están centrados en la historia de uno de estos cinco personajes, pero además están llenos de saltos en el tiempo (flashbacks y flashforwards) hacia los momentos de las dos grandes crisis familiares, las que culminan con las muertes de Olivia y Nell.

Como se ve, la estructura es bastante compleja; pero sumamente efectiva, pues mantiene las expectativas sobre algunos sucesos claves, como los referidos a la muerte de Olivia, que solo conoceremos en detalle en el último episodio. A ellos se suma una puesta en escena sumamente lograda, especialmente en lo que respecta a colores, escenografías y movimientos de cámara. Pero el mayor acierto de Flanagan ha sido desviar el eje de la historia, de los sucesos paranormales a la propia experiencia de la muerte. Es algo que se nota, por ejemplo en el hecho de que una de las hijas sea dueña de una funeraria, y que los diálogos y escenas más intensas se produzcan alrededor del cadáver de Nell. Más allá de los fantasmas, demonios y seres irreales, que solo sirven para darnos uno que otro susto, el verdadero terror siempre está relacionado con la experiencia de la muerte, con el misterio de lo que hay o no hay más allá de la vida. Y Flanagan, como los grandes directores del género, nos enfrenta una y otra vez, y sin que nos demos cuenta, a ese terror.

 

  • 06 de noviembre del 2018

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