El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
El pasado 12 de octubre se conmemoró una fecha más de la Hispanidad, del encuentro de dos mundos, del encuentro de España con los pueblos originarios de las Américas. Y el asunto no solo tiene que ver con la filosofía y la historia, sino que tiene una vibrante actualidad y, de alguna manera, es un elemento definitorio del futuro de América Latina y del Perú. No obstante que la herencia hispana preservó y mantuvo las sociedades originarias –a diferencia de América del Norte, en donde la colonización desapareció a los pueblos nativos–, desarrollando uno de los mayores mestizajes de la historia de la humanidad, en la América Hispana, las estrategias bolivarianas y neocomunistas han comenzado a desempolvar todas las leyendas negras que perpetraron los adversarios del Imperio Español.
Las tesis del ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García de Linera, por ejemplo, plantean la estrategia de “descolonizar a la América Hispana luego de más de cinco siglos de dominación occidental” y proponen al “movimiento indígena” como el nuevo actor revolucionario, en reemplazo de la clase obrera de Marx y Lenin. Bajo estas nuevas versiones negroleyendistas, por ejemplo, la Constitución de Bolivia se definió como plurinacional. Algo parecido sucedió con la Carta de Ecuador, y en Chile los neocomunistas y progresistas pretendieron hacer lo mismo. Gracias a Dios, el sentido común la mayoría de los chilenos rechazó el momento constitucional soviético. Igualmente, bajo ese mismo impulso ideológico y desconocimiento de la historia, la presidente de México, Claudia Sheinbaum, acaba de exigir de España una disculpa por la Conquista.
Más allá de cualquier ignorancia o intención ideológica de los cultores de la leyenda negra, el Imperio Español promovió uno de los mayores mestizajes de la historia de la humanidad, recogiendo los mayores impulsos civilizadores del Imperio de Roma y del Imperio de Alejandro Magno. En el Perú, por ejemplo, hoy sabemos que la iglesia española redactó la gramática del quechua –antes que la del inglés y del alemán– para crear una lengua franca en los Andes que permitiera evangelizar a los indígenas. El motivo: a la llegada de los españoles en los andes peruanos se hablan decenas de lenguas y dialécticos porque el Imperio de los Incas apenas se iniciaba con menos de un siglo.
Por otro lado, gracias a las investigaciones de algunos académicos progresistas –ahora esclavos de los hechos y documentos– sabemos que las sociedades indígenas conducían la abrumadora mayoría de tierras del Perú. Y algo parecido sucedía en todos los países de América hispana. Sin embargo, el programa jacobino que proponía fundar repúblicas bajo las entelequias de la soberanía del pueblo y la nación demandó eliminar las noblezas indígenas. Luego de las batallas de Ayacucho y Junín se eliminaron a las noblezas indígenas supérstites y las sociedades andinas se quedaron sin sus representantes y líderes.
En ese contexto los indígenas se quedaron sin amparo de la Corona Española y se desencadenaron las mayores expropiaciones de tierras en el Perú y en todos los demás países de la América Hispana. En otras palabras, las nacientes repúblicas criollas, bajo los escombros de las instituciones virreinales, crearon el Perú latifundista del siglo XIX y expulsaron de sus tierras a los indígenas sobre los 3,000 metros sobre el nivel del mar. Lo mismo vale para todos los países de la América hispana con sociedades indígenas mayoritarias.
El virreinato entonces construyó y protegió al mundo indígena, mientras las nacientes repúblicas desencadenaron la mayor expropiación de tierras en América Latina, no obstante no declararse ejércitos invasores.
Ahora que ha sucedido un 12 de octubre más, es fundamental enfrentar frontalmente a la leyenda negra contra nuestro mestizaje, en contra de nuestra naturaleza hispana morena, en contra de nuestra raíz occidental también morena. Finalmente, los pueblos originarios siguen respirando en uno de los mestizajes más poderosos e inclusivos de la historia humana, dentro de una hispanidad que se expresa en todas las sangres, en todos los colores y sonidos, a través de la lengua española, las grandes tradiciones católicas y la hispanidad que puede ser sinónimo de mestizaje e integración.
A celebrar, pues, nuestra vibrante hispanidad.
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