Editorial Cultura

Javier Pérez de Cuéllar: peregrino por la paz

Nos dejó uno de los más destacados peruanos del siglo XX

Javier Pérez de Cuéllar: peregrino por la paz
  • 08 de marzo del 2020

El miércoles pasado una noticia conmovió a todos los peruanos: la muerte de Javier Pérez de Cuéllar (Lima, 1920), abogado y diplomático que entre 1982 y 1991 ocupó el cargo de Secretario General de la ONU, con lo que se convirtió en uno de los personalidades más importantes del mundo. Este cargo fue el punto culminante de una brillante carrera diplomática que inició en los años cuarenta, recién egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, y que lo llevó como embajador peruano en Bolivia Brasil, Reino Unido, Suiza, etc. A partir de los años setenta, y con breves interrupciones fue Representante Permanente de Perú en la ONU, con una destacada participación que lo llevaría al más alto cargo de ese organismo en octubre de 1981, y en el que sería ratificado en 1986.

Durante los diez años que ocupó el puesto de Secretario General de las Naciones Unidas, Pérez de Cuéllar fue testigo de grandes cambios en la política internacional, como la resolución pacífica de la guerra fría o el final de conflictos bélicos que parecían interminables y capaces de generar una verdadera conflagración mundial. Sus gestiones para el mantenimiento de la paz y el respeto de los derechos humanos fueron más allá de las funciones de su cargo, como él mismo narra en su libro Peregrinaje por la paz (2000), testimonio de esos diez años en los que se convirtió en uno de los más importantes mediadores internacionales.

En el libro se explica que en 1982 la tensión política se centraba en el Medio Oriente, especialmente en el Líbano, país que durante años fue el foco de las viejas rivalidades entre israelíes y palestinos. Pérez de Cuellar narra paso a paso las diferentes etapas del conflicto, así como las iniciativas de paz del Consejo de Seguridad de la ONU y las múltiples dificultades que las hicieron fracasar. Sus entrevistas con los principales líderes de la región (Yasser Arafat, Menahem Begin, Isaac Shamir, Samir Assad) contribuyeron a desatar los nudos y condujeron al Acuerdo de Taif, que aunque resultaba “en lo fundamental defectuoso” (Según las palabras del propio Pérez de Cuéllar) significó el final de una guerra “en la que no hubo sino perdedores” (p. 80).

Aún más destacada fue su participación en la resolución de la guerra entre Irán e Irak, iniciada en 1980. La amistad que estableció con los ministros de Relaciones Exteriores de ambos países (el iraquí Tariq Aziz y el iraní Alí Akbar Velayati) convirtieron a Pérez de Cuéllar en el mediador idóneo. Tras muchas negociaciones, la ONU consiguió que ambas partes llegaran a un acuerdo. El 24 de agosto de 1988 Pérez de Cuéllar se reunió en Ginebra, por primera vez tras más de ocho años de guerra, con Velayati y Aziz, “un acontecimiento excepcional que daba lugar a elevadas expectativas” (p. 218).

Su especial interés en la pacificación de la región quedó demostrado en sus negociaciones personales para evitar la guerra del Golfo, reuniéndose con el presidente Bush en Camp David y con Saddam Hussein en Bagdad. Esta entrevista es contada con minuciosidad en el libro: los preparativos, las largas esperas, los escenarios (se describe una enorme pintura mural “que mostraba a Saddam en uniforme militar montado en un misil en pleno vuelo”) y especialmente las actitudes del presidente iraquí: “Sabía perfectamente bien que su inflexible negativa a retirarse de Kuwait hacía la guerra inevitable. Pero no mostraba señal alguna de nerviosismo o duda... me dio una impresión de serenidad, por absurdo que pareciera en esas circunstancias” (p. 340).

Muchos otros importante personajes son retratados por Pérez de Cuéllar con pocos pero precisos trazos. De Daniel Ortega se dice que era: “un hombre carente de carisma, sin el vigor intelectual ni la personalidad enérgica de Fidel Castro”; de Ronald Reagan que su “limitado conocimiento sobre los temas en discusión era, debo admitirlo, desconcertante”; de Mikhail Gorbachov que “era expresivo, sonreía con facilidad, pero no excesivamente y hablaba con mucha fluidez”. Y del premio nobel de la paz Oscar Arias, que “no era muy querido por sus colegas centroamericanos, quienes consideraban que su ego excedía a su intelecto”.

Pérez de Cuéllar dedica capítulos completos de su libro a la guerra de Las Malvinas, a la violencia política en Centroamérica, a los conflictos en Namibia, Angola y Camboya. Crisis en las que la paz mundial estuvo en juego y que con la intervención de la ONU, dirigida con sabiduría y firmeza por Pérez de Cuéllar, pudieron superarse. Sin lugar a dudas, su nombre ha quedado registrado en la historia como uno de los más grandes impulsores de la paz en todo el mundo, y como uno de los peruanos más destacados de todos el siglo XX.

  • 08 de marzo del 2020

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