El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
Sobre la película “Hasta el último hombre”
El último domingo se realizó la ceremonia de entrega de los premios Oscar que, como todos saben, tuvo un final bastante inusual: un error al momento de anunciar el premio más importante de la noche llevó a la mayor confusión que se haya visto en la historia del evento. Más allá de ello, las dos películas involucradas en el error fueron las grandes ganadoras: La la land obtuvo seis premios y Moonlight tres. Ya hemos comentado ambas en este espacio, así que nos centraremos esta vez en Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge), dirigida por el polémico Mel Gibson (Nueva York, 1956), que con seis nominaciones al Oscar —incluyendo Mejor Película, Director y Actor— y dos premios obtenidos fue otra de las grandes animadoras de la noche del domingo.
Gibson, en su línea de realismo extremo —cuyo mejor ejemplo es La pasión de Cristo (2004)— nos cuenta esta vez un episodio histórico, sucedido durante la Segunda Guerra Mundial, durante la batalla de Okinawa: la del joven soldado Desmond Doss (1919-2006), quien llegó a rescatar del campo de batalla a 75 soldados norteamericanos heridos. La hazaña tiene más valor tomando en cuenta de que Doss era un “objetor de conciencia”, un soldado que se negó a usar armas por motivos religiosos (era cristiano adventista). Por esa razón había sido objeto de toda clases de abusos por parte de sus superiores y compañeros en el Ejército, incluyendo un juicio militar por negarse a manejar armas. Finalmente, Doss recibió una Medalla de Honor por Actos Heroicos, siendo el primer “objetor de conciencia” en obtenerla.
Estamos, pues, ante un resumen de todos los temas y obsesiones de las películas de Gibson: heroísmo, patriotismo, religiosidad y violencia extrema (la de la guerra). Y acaso por eso el relato fluye bastante bien, a pesar de que la narración está dividida en dos mitades completamente diferentes. En la primera se cuenta básicamente la formación de Doss —interpretado por Andrew Garfield, un trabajo que le valió la nominación al Oscar— en su hogar (una familia disfuncional, con un padre alcohólico y violento) y en el Ejército (donde tiene que soportar los ya mencionados abusos), y su idílico y bastante cursi romance con una joven y bella enfermera, tan religiosa como él.
Toda la segunda mitad de la película está dedicada a la participación de Doss y su batallón en la batalla de Okinawa. Y es aquí donde podemos comprobar el gran talento de Gibson: pocas veces se ha visto en las pantallas una representación tan fuerte y conmovedora de la violencia y crueldad de la guerra. No solo las sensaciones extremas (balas, explosiones, golpes) y los cuerpos desgarrados o mutilados (una obsesión que lleva a las películas de Gibson muy cerca del género gore), sino también la opción por el punto de vista de los propios soldados (dejando de lado las vistas panorámicas), con lo que el espectador comparte la sorpresa y la angustia de los personajes. De ahí que los dos Oscar obtenidos estén relacionados con el montaje y el sonido. De hecho, buen parte de la crítica ha señalado que estas escenas bélicas incluso superan a las de películas como Buscando al soldado Ryan y La delgada línea roja.
A pesar de los logros de esta segunda parte, las debilidades de la primera (el protagonista por momentos resulta, más que buena persona, un cucufato insoportable) y el demasiado enfático carácter de “relato ejemplar” terminan quitándole solidez al conjunto. Tal vez en el siglo pasado una película como Hasta el último hombre —patriotera, cargada de heroísmo y de fe religiosa— hubiera ganado fácilmente todos los Oscar, incluso sin merecerlos. En el siglo XXI, lo políticamente correcto está más bien en el extremo opuesto.
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