Editorial Cultura

En las garras de la guerra

En las garras de la guerra
  • 15 de enero del 2015

Crítica de la película rusa El tigre blanco, finalista de un Oscar el 2013

Es extraño que una buena película no proveniente del circuito comercial norteamericano llegue a nuestra cartelera. Pero ese ha sido el caso de El tigre blanco (Rusia, 2012), del director Karen Shakhnazarov (Krasnodar, 1952), que fue una de las cinco finalistas para el Oscar a “mejor película extranjera” 2013. Una obra que se inscribe dentro de lo mejor de la gran tradición de películas bélicas, en las que el realismo descarnado y los heroísmos personales se conjugan con la reflexión acerca de la violencia y el mal. Y que en este caso se abre además a lo mítico, a una especie de realismo mágico.

Las acciones suceden durante la Segunda Guerra Mundial, en Rusia, cuando las tropas invasoras alemanas comienzan a ser derrotadas por el ejército local. Pero los poderosos tanques nazis (panzers) todavía causaban grandes destrozos al ejército ruso. Uno de los más poderosos de esos panzers fue el llamado “tigre blanco”, muy superior a cualquier tanque ruso, tanto por su fortaleza como por su poder de ataque. El piloto de tanque Ivan Ivanovich sobrevive milagrosamente (con quemaduras en el 80% de su cuerpo) a uno de los ataques de un “tigre blanco”. Desde entonces, y a la manera del capitán Ahab de Moby-Dick, asume como una misión personal buscar y destruir al tanque enemigo que casi acaba con su vida. Y para ello, el propio ejército ruso le proporciona el mejor tanque y la mejor tripulación disponible.

En es intensa cacería se producen algunos enfrentamientos entre los tanques, presentados con realismo extremo para graficar bien el alto grado de violencia, destrucción y dolor humano generado por las guerras. Pero además, la lucha entre Ivanovich y el tigre blanco se convierte en una especie de alegoría de la disputa entre el bien y el mal, entre la paz y la guerra; y esta alegoría se enfatiza a través de elementos mágicos, como la capacidad de Ivanovich de hablar con los tanques, o las misteriosas desapariciones del tigre blanco, aparentemente hundido en los pantanos rusos. Sin embargo, casi todo ello pasa a un segundo plano a partir de la mitad de la película, de un carácter más documental y enfocada en la rendición de los alemanes ante los rusos: la firma de esa rendición y el posterior retiro de las tropas alemanas. Como colofón, se nos entrega una conversación de Hitler con un innominado interlocutor, con el líder nazi afirmando la naturaleza atemporal y abstracta de un cierto “espíritu de la guerra”.

Buena parte de la crítica ha sostenido que el cambio tan notorio entre la primera mitad y la segunda mitad de El tigre blanco resulta un lamentable error de parte del director. En nuestra opinión ese quiebre es absolutamente necesario, pues evita que la película se convierta en un simple relato de aventuras, un infantil enfrentamiento entre el bien y el mal, como sucede en Star Wars, o Indiana Jones. Con el cambio realizado por Shakhnazarov, la historia de Ivanovich y su obsesiva persecución del tanque alemán, se articula de alguna manera con reflexiones más serias acerca de la guerra y su papel decisivo en el desarrollo de la historia de la humanidad.

  • 15 de enero del 2015

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