El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
Con 27 premios Oscar ganados, la compañía Pixar, especializada en animación generada con computadoras, viene revolucionando desde hace más de veinte años las películas de animación y entregándonos historias y personajes que calan profundamente en el imaginario colectivo y global. Desde Toy story (1995) hasta Cars (2006, 2011 y 2017), pasando por verdaderos clásicos como Monsters Inc. (2001), Buscando a Nemo (2003), Los increíbles (2004), Wall-E (2008), Up (2009) e Intensa-Mente (2015), entre otros títulos, la trayectoria de Pixar resulta verdaderamente ejemplar. A esos títulos se suma ahora Coco (2017), una muy lograda aproximación a la cultura mexicana, en especial a su tradicional Día de los Muertos, que ya es un éxito mundial de taquilla y de crítica.
La historia que se cuenta es la del niño Miguel Rivera, quien vive con su familia (varias generaciones de ella) en una casa en un pequeño pueblo mexicano. Miguel tiene una gran vocación musical, pero en su familia la música está prohibida debido a que el tatarabuelo de Miguel, un exitoso guitarrista y cantante, abandonó a Mamá Coco (bisabuela de Miguel) cuando era una niña. A pesar de la prohibición, Miguel quiere participar en un concurso de talentos que se realizará en el Día de los Muertos; aunque para hacerlo deba ir (acompañado por su perro Dante) hasta el propio mundo de los muertos, aquí representado como un México de mediados del siglo XX (en la llamada “edad de oro” del cine mexicano). Ahí el niño se encontrará con sus ancestros y también con el espíritu de Ernesto de la Cruz, el músico y actor más famoso de la historia de México, a quien Miguel siempre ha admirado.
Este apretado resumen no hace justicia a una trama rica en peripecias y giros sorpresivos, y que además nos brinda momentos de intenso dramatismo; como aquel en que la senil Coco recuerda la canción que le cantaba su padre (“Recuérdame”), cuando ella era una niña. Pero no es eso lo más destacable de la película, sino su apuesta por los valores y tradiciones: la música como arte y elemento de unión, la perseverancia en la forja del destino personal, la familia como elemento de identidad y núcleo de la sociedad; pero especialmente las tradiciones propias de la cultura mexicana (en este caso enfocadas en la festividad del Día de los Muertos): mitos, leyendas, seres fabulosos, costumbres, ritos. Todo ello mostrado de una manera divertida, pero con mucho respeto y empatía.
Hay mucho que comentar sobre esta película dirigida por Lee Unkrich (Ohio, 1967), quien antes ha participado en mucho de los proyectos de Pixar, pero que por primera vez asumió la mayor responsabilidad de una película con Toy Story 3 (2010). Entre los logros de Unkrich en Coco está ese “luminoso” universo de los muertos, al que ha sabido quitarle casi todos los aspectos terroríficos; pero no su esencia, ya que se enfatiza repetidamente que es el último lugar de la existencia humana (como en el caso del anciano que “desaparece” al ser olvidado por sus parientes). Y también dignificar a personajes como la anciana Mamá Coco (por su importancia le da nombre a la película), casi inmóvil y con un rostro lleno de arrugas. En suma, una gran película, una verdadera celebración de la vida, recomendable para todo tipo de público y que refuta esa vieja máxima que dice que los buenos sentimientos siempre generan arte malo.
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