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Hace exactamente diez años, el 12 de marzo del 2009, murió Blanca Varela (Lima, 1926), sin lugar a dudas la más importante poeta peruana del siglo XX. Nos dejó a los 82 años de edad y cuando estaba recibiendo una serie de importantes reconocimientos internacionales por su valiosa obra poética, como el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (fue la primera mujer en obtenerlo), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, además de la Medalla de Honor del Instituto Nacional de Cultura.
Hija de la escritora y cantautora Serafina Quinteras (la autora del famoso vals “Muñeca rota”), Blanca estuvo siempre rodeada de los más destacados escritores y artistas. En su época de estudiante universitaria hizo amistad con los principales poetas de la generación del cincuenta: Jorge Eduardo Eielson, Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, etc. También con pintores como Fernando de Szyszlo, con quien se casaría poco después. A los 23 años, viajó con Szyszlo a París, donde la pareja radicaría muchos años, entablando amistad con personalidades como Octavio Paz, Julio Cortázar, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, entre otros.
Aunque escribió poesía desde muy joven, recién publicó en 1969 su primer poemario: Ese puerto existe, un conjunto de poemas en los que la autora rememora su infancia pasada en el puerto Supe (en la zona norte del departamento de Lima). En este libro aparecían algunas de las constantes temáticas de la poesía de Blanca Varela: la búsqueda existencial que parte de la observación del entorno físico, la belleza y su corrupción por obra del tiempo y la muerte: “Ni una sola hora de paz en este inmenso día. / La luz crudelísima devora su ración…”. Sus siguientes poemarios fueron Luz de día (1963) y Valses y otras falsas confesiones (1972), en el que se incorporan elementos de la excelente poesía que en aquellos años hacían los jóvenes de la generación del sesenta: la presencia de lo cotidiano, el sentido del humor y la ironía, además de la apelación a textos de la más diversa procedencia, desde los más triviales a los más prestigiosos.
Esta nueva etapa alcanza su mejor expresión en Canto villano (1978), el libro “con el que alcanza su más potente madurez”, en palabras del poeta Javier Sologuren. Como en el caso de Eielson, al surrealismo de sus primeros poemas le siguió un largo proceso de depuración y ascetismo formal, que en este poemario se suma a una visión muy dura y crítica de la vida cotidiana, en la que priman la angustia y el escepticismo. El poema emblemático del libro es "Currículum Vitae", que en once versos breves presenta una imagen sombría del destino humano. Otros poemas de este libro que suelen figurar en antologías son “Monsieur Monod no sabe cantar”, “Camino a Babel” y “Canto villano”.
Después de un largo silencio, en los años noventa Blanca Varela publicó tres muy buenos poemarios: Ejercicios materiales (1991), El libro de barro (1993) y Concierto animal (1999). Se trata de obras de madurez y llenas de sabiduría, en las que el rigor y la contención formal son la contraparte necesaria para la amplitud de los temas y la complejidad de las reflexiones. Hay siempre en estos poemas un elemento “material” que de alguna manera conduce a lo espiritual: “dame tu tacho de basura / la quemaré te lo prometo / no la voy a crucificar...”. Esta materialidad elemental se expresa también en la concisión y simpleza de los aspectos formales: textos breves y de versos cortos, sin signos de puntuación y casi sin ornamentos retóricos. Incluso en el lenguaje se dan preferencia a los elementos imprescindibles como sustantivos y verbos, dejando de lado los adjetivos, adverbios y hasta ciertos nexos lógicos. El resultado es una poesía austera, despojada de descripciones y datos biográficos, que presenta al lector lo más directamente posible su peculiar universo constituido por elementos de una simbología muy personal.
Varela culminaría su obra con el libro Donde todo termina abre las alas (Poesía reunida, 1949-2000), una amplia antología, publicada originalmente en España, que además incluía un poemario inédito: El falso teclado (2000).
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