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Recuento de la trayectoria literaria del notable escritor peruano
Hace exactamente veinte años, el 4 de diciembre de 1994, falleció Julio Ramón Ribeyro uno de los mejores y más admirados escritores peruanos de su tiempo. Su muerte fue consecuencia de una enfermedad pulmonar que lo aquejó durante muchos años, a causa de su hábito de fumador. Radicó durante muchos años en París –laborando en la Agencia France Press, la embajada peruana y la Unesco, sucesivamente– donde solía recibir con mucha hospitalidad a los escritores peruanos que lo visitaban. Los últimos años de su vida los pasó en el Perú, rodeado de amigos y recibiendo muestras de afecto de sus lectores.
Julio Ramón nació en Lima, el 31 de agosto de 1929, en el seno de una familia de clase alta (entre sus antepasados figuran importantes personajes públicos), pero bastante venida a menos. Vivió en su infancia en los barrios limeños de Santa Beatriz (Cercado) y Santa Cruz (Miraflores). Estudió Derecho en la Universidad Católica, donde conoció al grueso de escritores de la generación del cincuenta, y participó en la vida bohemia de estos jóvenes, como contaría posteriormente en una de sus novelas. Pero él era en esencia un escritor, y desde muy joven dedicó buena parte de su tiempo a escribir artículos periodísticos, narrativa y hasta un diario personal. Así, una vez que se alejó de la “bohemia”, gracias a una beca que lo llevó a Europa, publicó su primer libro: Los gallinazos sin plumas (1955).
Como se sabe, el libro además de tener una serie de excelentes cuentos, representó el inició de la narrativa urbana en el Perú: el “neorrealismo limeño” que seguirían desarrollando otros escritores de la generación del cincuenta, especialmente Carlos Eduardo Zavaleta, y después el propio Mario Vargas Llosa. Los gallinazos… fue muy bien recibido por la crítica, lo que animó a Julio Ramón a asumir su vocación literaria, a escribir con mayor dedicación y también a seguir publicando: Cuentos de circunstancias (1958), Crónica de San Gabriel (novela, 1960), Las botellas y los hombres (1964), Los geniecillos dominicales (novela, 1965). En total, cinco libros de narrativa en solo diez años, que además son obras de primer nivel en todos sus aspectos, desde el estilo y las técnicas narrativas empleadas, hasta la densidad psicológica de los personajes y la lucidez con que son tratados los temas.
Ribeyro incursionó también en otros géneros –teatro, ensayo y “prosas apátridas”–, y publicó una veintena de libros, aunque lo más destacado de su obra es la producción cuentística, que a partir de 1974 reunió bajo el título de La palabra del mudo. Precisamente “mudo” era el apodo que le daban sus amigos a Julio Ramón, por su timidez. Acaso esa timidez y falta de afán protagónico hizo que su talento tardará un poco en ser reconocido más allá de nuestras fronteras. Pero finalmente, en los años noventa, tanto en España como en Latinoamérica comenzaron a publicarse sus libros más importantes, en buenas ediciones, con lo que llegó a los lectores de todo el mundo de habla hispana. Así, pocos días antes de su muerte, se le otorgó en México el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, como un reconocimiento al conjunto de su obra, y que se sumaba a los que ya le había concedido el Perú: Premio Nacional de Novela (1960), Premio Nacional de Literatura (1983) y Premio Nacional de Cultura (1993).
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