Eduardo Zapata
Ya estamos grandecitos
Para creer que la crisi política tiene su origen en diferencias ideológicas
Se ha dicho aquí hasta el cansancio. Con Charles Morris y su semiótica pragmática. Cuando el discurso oficial de Estado pierde teleologicidad, direccionalidad y predicatidad ocurre que aun voces supuestamente cooperativas con la voz oficial terminan siendo competitivas respecto a esa voz. Pues la gente –por lógica- se desorienta. Y entonces el cuadro de autosubversión de Estado está completo.
Ya estamos grandecitos para creer que estamos ante una crisis ideológica. Tampoco es asunto de pugnas de lo que antes se llamaba política. Menos, por cierto, de confrontaciones étnicas o de temores ante emprendimientos populares. Todo ello ciertamente pueden ser disfraces electoreros. Pero simple y llanamente –y hechos y signos nos lo dicen diariamente– estamos ante bandas que luchan por el poder jurídico y mediático como instrumentos de y para la corrupción. Para capturar el poder ´generoso y dador´ de fortunas. De allí que detrás de cada denuncia o inhibición de ella haya dinero; y detrás de cada personaje encumbrado o anulado, también haya dinero.
Creo que ya estamos grandecitos para autodenominarnos como analistas y a la vez dejarnos envolver por los seudolegalistas que –con honrosas excepciones– desfilan por las pantallas de la televisión sirviendo a una banda u otra.
En la lingüística se reconoce el concepto de sintagmas cristalizados. Construcciones sintácticas a las que el uso las hace acaso hasta simbólicas de una actividad o un tiempo determinado. Y en lo literario sabemos que uno de esos sintagmas es la pregunta ´En qué momento se jodió el Perú´ de Vargas Llosa. Y en lo político de los noventas ´di-sol-ver´ y aquel otro infausto sintagma de ´interpretaciones auténticas´. Donde “a” puede ser “b” o también “z”.
Alberto Fujimori –más allá de sus aciertos– terminó por destruir una frágil estructura de Estado; que de no haberlo sido, no hubiese resultado tan fácil hacerlo. Y se formuló una nueva Constitución. Lamentablemente el Poder siempre estuvo no en el documento suscrito sino allí donde estaba el Presidente. Que en lo político desinstitucionalizó lo poco que había, pero lamentablemente no se institucionalizó nada más allá de la figura presidencial.
Y entonces cargaron en hombros al hombre de Cabana. Simbólicamente –y literal– sobre los hombros de un determinado señor hoy todopoderoso. Y el electo presidente acuñó otro sintagma cristalizado que nos explica bien lo que ha venido sucediendo desde allí: ´No sabía que gobernar era tan fácil´.
Y claro que era fácil. Sin importar quién ganase las elecciones había que capturar el sistema judicial en su conjunto para convalidar de facto lo que decían voces interesadas de la llamada sociedad civil, las que a su vez tenían garantizada la también interesada cobertura mediática. Los signos y las ocurrencias nos dicen que la llamada salita del SIN nunca dejó de funcionar.
Que me disculpen los que se declaran adherentes a la real politik y que me disculpen también personas bien intencionadas que a estas alturas creen que la política es ´un servicio a la Nación´. Hoy lamentablemente no lo es y –aunque suene idealista– urge restituir la palabra moral a la actividad política. Y la moralidad o inmoralidad no conoce de gradaciones ni de delitos mayores o menores. Se es o no moral. De lo que se trata es de hacer de la entelequia llamada contrato social un contrato permanente y vinculante por el cual el pueblo elige/contrata servidores públicos para que administren el Estado en base a propuestas específicas, mensurables y verificables.
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