Raúl Mendoza Cánepa

¿Y los liberales?

A más liberalismo más riqueza y menos corrupción

¿Y los liberales?
Raúl Mendoza Cánepa
02 de enero del 2018

 

Para un seguidor de Hayek es difícil persuadir de que el liberalismo no nos ha gobernado aún. Quizás algunos trazos, un matiz. Si algo nos demuestra Odebrecht y nuestro flexible marco legal es que lo que ha predominado es el mercantilismo. Los poderosos han instrumentalizado la legalidad para su propio fin.

El liberalismo es tan amigo de la libertad individual como enemigo del mercantilismo, del lobby, del patrimonialismo, del estatismo y, vale decir, del aristocratismo de argolla y cuché. Por tal, nada es más popular, contestatario y antioligárquico que un gobierno liberal. Sin embargo, aunque es proempresa, no quiere a los empresarios en la política, echa a los tecnócratas del lobby, reduce los márgenes de discrecionalidad del funcionario y combate a la corrupción. Su mejor herramienta: el robustecimiento del capital popular y el desmantelamiento de la estructura de costos de los “pobres” para producir y prosperar.

¿Ven? Los liberales no somos enemigos de los pobres, como se quiere hacer creer. Contaba un amigo una peculiar historia. Sentado con su gaseosa en una bodega de un distrito de la capital, observó de pronto que una patrulla de serenos ingresó al local, observaron y se “percataron” de una irregularidad: “Una bodega que vende frutas y verduras. ¡Eso está mal!”, Tema de extrañas “incompatibilidades”, misterios de la regulación, obcecación del “oficial”. A la pobre empresaria le cerraron el local. Si es que se volvió a levantar, no lo sé. Lo que sabemos sí es que el costo de una legalidad absurda no ha sido el objeto de lucha de una clase política más concentrada en ganar elecciones y en medrar del poder. Los pobres solo han servido para el “cliché”.

Los liberales no creemos en la voluntad del poder, creemos en su neutralidad. Tampoco creemos en los impuestos altos. Asumimos la liberación de las fuerzas productivas como una religión, confiamos en la destrucción del poderoso dique burocrático que “contiene” la riqueza y no la deja circular hacia abajo. Si es así, si el canon no enriquece a las regiones mineras, precisamente las más pobres del país; y si los tributos y regulaciones solo sirven para que el capital muerto de los pobres permanezca como tal, ¿para qué hacemos política? Los congresistas creen que legislar es sumar, cuando no es más que enmarañar. Les importa poco simplificar, viabilizar, remover, limpiar. Por su parte, los alcaldes creen que “poner en orden la ciudad” es fiscalizar al pequeño capital, amenazarlo, obstruirlo y cerrar; mientras en la calle persiguen al informal.

Los partidos liberales, o las corrientes liberales dentro de los partidos, han sido escasos. No hay explicación que “aguante” en una cultura Estado-céntrica, donde todo pasa por el Estado y nada por la promesa de la inversión. El Estado paga los altos sueldos de sus funcionarios y sus políticos (que, ya vemos, también de dónde la saben extraer), lo hace con ese alto porcentaje que usted debe pagar cuando compra algún bien (el IGV es una transferencia) o cuando de su remuneración le extraen una alta dosis que ya no le servirá para pagar la escuela de sus hijos o el alimento que les debe proveer, o cuando su empresa nunca recuperará su inversión por el alto costo de ser formal. Lo curioso es que los promotores del Estado creen que cuando este entra en crisis debe recaudar, aumentar las tasas, fiscalizar más, perseguir con precisión. A más impuesto, menos inversión y a menos inversión menos empleo y menos consumo. Si hay menos sujetos a los que se le puede extraer y más demanda estatal, el Estado producirá su propio dinero. A más dinero, menos valor por unidad, por lo que los precios tenderán a incrementarse. Nace la inflación, el peor impuesto que todos debemos pagar. El Perú no exporta soles, como Estados Unidos exporta dólares, amigos keynesianos. No hay recaudación más auspiciosa que aquella que nace de la mayor ganancia del capital, cuando hay inversión y capacidad de pagar. A más inversión, más recaudación. A más recaudación, mayor capacidad estatal para servir a los pobres.

A más liberalismo más riqueza, menos corrupción, menos pobreza, menor conflictividad social. Digo, si de lo que se quiere hablar es de “revolución social”.

 

Raúl Mendoza Cánepa
02 de enero del 2018

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