Hugo Neira

Wiñaypacha. Más que un film. Una metáfora

Un disparo al corazón de un mito muy peruano

Wiñaypacha. Más que un film. Una metáfora
Hugo Neira
30 de abril del 2018

 

¿Qué es una metáfora? Un medio de expresión, «un procedimiento intelectual cuando la realidad es escurridiza».

¿Puede ser un film una metáfora? Sin duda alguna.

¿Y un film-metáfora puede envolver la realidad de parte de una sociedad? Es el caso presente.

Me producía curiosidad ese largometraje cuya historia había sido comentada en varios diarios de Lima. Sabía que la película fue premiada en el Festival de Cine de Guadalajara, México. Ahora bien, la información sobre una película a veces, si es demasiado prolija, o para decirlo de otra manera, si te cuentan la película misma, paradójicamente quita al lector el deseo de verla. No será mi caso.

Se hace buen cine en el Perú. Una pareja de ancianos —Willka, el varón, y Phaxsi, la esposa— viven por encima de los 4,000 metros, en una cabaña de adobe y techo de paja, rodeados de los potreros donde tienen sus animales, ovejas, una llama y el perro que los acompaña. Viven solos. Alejados de toda aldea. Y justamente, Willka, el varón, se prepara para un largo viaje a pie por esos nevados, para llegar al pueblo más cercano. Y comprar algo que les falta. Y no les voy a decir qué les falta. Vean la película.

Cierto, el director de esa película, Óscar Catacora, recibió una subvención del Ministerio de Cultura en el 2013. Pues, qué bien, felicitaciones a ambos. Se ha dicho que ha sido filmada en Acora, en las alturas, en una zona sur central de Puno. Y lo más llamativo, el papel del hombre y de la mujer, ambos ancianos, en el rodaje del film: sendos roles han sido «interpretrados por personas que nunca habían actuado ni habían visto una película» (Sebastián Pimentel, El Comercio). Y por eso el mismo crítico de cine dice que «Wiñaypacha es un milagro cinematográfico». Y tiene razón.

Pero algunos lo han tomado como un tema etnológico: los protagonistas son aymaras de verdad. Y otros, como una presentación de infortunios. No es un film sobre la vejez abandonada. Error, va mucho más lejos.

Cierto, el film nos hace ver la pareja de ancianos en su rutina. Y a la vez la habilidad que tienen, tanto para preparar sus alimentos como en materia de tejidos, acaso para venderlos en las ferias de las aldeas. No tienen servicio alguno de agua o de luz, y sin embargo se les ve sanos y con una envidiable destreza en todo lo que hacen. A estas alturas del film comencé a pensar que se trataba de una apología de la vida aymara, o la alabanza del vivir sencillo al lado de la naturaleza. Es al revés, el tema es la imposibilidad de una completa autosuficiencia. A mitad del film, se presenta una dificultad. No diré cuál, para no echarle a perder al lector ver personalmente Wiñaypacha. Ese algo existe, para nosotros, citadinos, algo que tenemos y usamos. No es el café o el azúcar. Algo necesario, incluso para esa laboriosa pareja. Y al no conseguir ese algo, pierden todo lo que tienen. Se desmorona la autorganización de su vida de felices pastores aislados.

No estamos ante un film sobre la magia andina o los efectos de la ayahuasca. Lo que ocurre en la historia de esa pareja es perfectamente verosímil. Muchos de los que ya han visto Wiñaypacha han pensado que era el tema del hijo, siempre lejano. No lo creo. El film no peca de sentimentalismo. Wiñaypacha no ha sido un film de Óscar Catacora con fines tan cortos. Parte del público, acostumbrado a nuestras series televisivas, esperaba probablemente un final feliz, un happy end. No lo hay. Cuando prendieron las luces, le eché un vistazo al público: ni se movían, estaban como anonadados. Desolados, desanimados. Para mí, ese film revela la precariedad de la forma cómo viven muchísimos peruanos.

Sostengo, en consecuencia, que ese film es una metáfora de las formas de trabajo inestables, frágiles, informales. No solo un trabajo sino una forma de vida. Hay millones de peruanos en microeconomías familiares que van viento en popa hasta que algo ocurre. El destino interviene, el azar, la mala suerte, se muere uno de los socios, o el padre, o la madre, y todo se va al diablo. Nos ufanamos del sector informal, pero por algo la pobreza reaparece. Basta un incendio, un robo, una súbita enfermedad, y están perdidos. ¿Film de una historia de aymaras? Willka y Phaxsi somos todos. O casi todos. Hay en el país cerca de seis millones de peruanos en el sector «independiente». O sea, informal (Compendio Estadístico del Perú, 2016). La película no es una historia familiar. Esta película es un disparo al corazón de un mito muy peruano, la familia microempresarial, que tiene su chamba y no le debe nada a nadie. Esa es una soberbia mentira que muchos nos contamos.

Acaso una objeción etnológica: la soledad de la pareja aymara. Por lo general, arriba de 4,000metros los pastores tiene chozas más o menos aisladas, pero a tiro de piedra de otros vecinos, pastores de altura. Pero sería como criticar la tragedia de Antígona porque no abundan las hermanas que desobedecen la ley para enterrar al hermano muerto.

Wiñaypacha. Moraleja: los individuos necesitamos la sociedad y viceversa. Nadie puede progresar o sobrevivir en la absoluta soledad. Ni siquiera el admirable Willka y la señora Phaxsi. Formidable película. Sobria, clara, convincente.

 

Hugo Neira
30 de abril del 2018

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