Jorge Valenzuela

Volver a Carver

Volver a Carver
Jorge Valenzuela
10 de septiembre del 2014

Recuerdo del escritor estadounidense autor de Catedral

Para los que empezamos a escribir ficción, ya iniciada la década de los ochenta y vivíamos en la ciudad, renovar los transitados caminos del realismo populista de la década anterior no fue tarea fácil. Teníamos detrás toda la experiencia acumulada por el grupo Narración y sus allegados, y una crítica literaria que supervaloraba la necesidad de construir una narrativa de orientación popular.

Supongo que para entonces alguno de nosotros ya sabía qué tipo de literatura quería escribir, mientras que otro tanto, creo que la mayoría, se encontraba en plena búsqueda. Recuerdo bien alguna reunión con Pilar Dughi, Mariella Sala, Guillermo Niño de Guzmán y Mario Bellatín en la que, por lo menos, quedó claro que no repetiríamos los agotados modelos del verismo documentalista que había inundado la narrativa de los setentas.

Por esa época leíamos mucho y aunque era imposible sustraerse a la violencia política coincidíamos en que no era el momento de tratar esa temática sin caer en aquello que precisamente criticábamos: ese naturalismo efectista que caracterizaba a esa narrativa producida por reflejo condicionado. De otro lado, la prensa escrita y el reportaje televisivo del momento registraban bien lo que estaba sucediendo entonces.

Recuerdo que a mediados de los ochenta, entre nosotros, se empezó a mencionar al minimalismo literario como una escuela importante en los Estados Unidos y a Raymond Carver como su máximo exponente junto a Tobías Wolff quien ya había sido editado por Alfaguara. Sin grandes pretensiones en el nivel técnico formal ni en las dimensiones del mundo representado, la narrativa minimalista me pareció interesante, por lo menos a mí. De hecho, fue gracias a Carver que pude manejar mis propios contenidos narrativos y contestar de alguna manera a ese tipo de narrativa (explícitamente social) con la que no me sentía afín.

Bajo esta influencia, en algunos casos, los cuentos de los narradores urbanos de los ochenta contienen historias en las que la acción se reduce al mínimo para privilegiar la creación de un ambiente opresivo o la simple recuperación de un momento importante en la vida del protagonista. Por ello resultó lógico que empleáramos la descripción morosa y estricta en el tratamiento de destinos agotados, decadentes, sumidos en una espiral de perversión (y por lo tanto desatentos a la dimensión política de la vida) y en un proceso de autodestrucción personal y de soledad.

Recuerdo bien el ejemplo de Carver para mostrar lo que para él era importante en literatura. Cito: “Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono”. Para Carver eso era suficiente para empezar a escribir ficción pues sentía que toda la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Cito: “Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo la historia podría crecer, hasta hacerse cuento, si le dedicaba el tiempo necesario”. ¿Podían reducirse más las pretensiones de un escritor que solo necesitaba de un puñado de palabras para empezar la tarea de crear una ficción?

La experiencia de Carver me devolvió a mí y a algunos de mi generación a esa humildad que había terminado por desaparecer en algunos escritores que habían querido cambiar el mundo justificando la muerte, sobrestimado su papel de intelectuales y reduciendo la literatura a un panfleto, a un mero instrumento político. Con Carver entendí que había que empezar, desde el inicio, colocando una palabra tras otra con esmero y dedicación, sin aspavientos, convirtiendo al acto de escritura en un acto honesto, de descubrimiento permanente.

 Por Jorge Valenzuela

Jorge Valenzuela
10 de septiembre del 2014

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