José Beteta
Vizcarra y el mundo andino
El presidente debe volver a su ayllu y a sus tareas cotidianas
El mundo andino nos regala una legión de personajes maravillosos que tienen algo de mito y realidad: Manco Cápac, Mama Ocllo, Conopa, Q’ariwaya, los huancas, los cañaris. Pero entre todos ellos hay uno que ha llamado mi atención sobremanera, debido quizás a la estresante coyuntura política que atraviesa el país. Cuando los habitantes de un ayllu se enteraban de que algún otro pueblo quería hacerles la guerra, elegían a un extranjero que fuera conocido por ser valiente y audaz. Si este aceptaba el reto, la comunidad le obedecía y seguía sus órdenes disciplinadamente hasta que el peligro había desaparecido. Nadie lo retaba. Concluida la guerra, sin embargo, este héroe foráneo era despojado automáticamente de su poder y envestidura, y con el agradecimiento adecuado, se le despedía para que vuelva a sus tierras. A este guerrero se le llamaba “Cinche”, que en quechua quiere decir “valiente”.
Vizcarra es un cinche. Qué duda cabe que para asumir la presidencia (llegando literalmente del extranjero), enfrentar a Fuerza Popular, proponer el primer referéndum en décadas, ponerse al hombro la batalla contra la corrupción, y aguantar los golpes que recibe y definitivamente recibirá, se necesita coraje. Pero el presidente, como el Cinche, y tal como nos enseña la mitología andina, ha recibido para este fin un poder temporal que en algún momento debe caducar. Y así, el tiempo de Vizcarra como protector y general en esta “batalla”, está al parecer llegando a su fin. Esta vez no porque la guerra contra la corrupción haya culminado o deba parar, sino por tres razones que, creo yo, son fundamentales.
Primero, sus responsabilidades en la comunidad no son solo “bélicas”. Como jefe del Poder Ejecutivo (su ayllu de origen), su principal tarea es justamente ejecutar políticas sectoriales, velar por el buen uso del presupuesto, promover la inversión, comprometerse con cada ámbito productivo, y lograr que el Estado llegue a aquellos lugares en donde la violencia, el narcotráfico, la informalidad o la ilegalidad campean.
En segundo lugar, porque la coyuntura ha cambiado y los principales “enemigos” de su Gobierno han sido prácticamente derrotados. La opinión pública, a través de encuestas, redes, y hasta marchas, no permitirá que algún “pueblo” o curaca intente revertir las victorias y los innegables cambios positivos que se están dando.
Y en tercer lugar, porque en realidad esta no es una batalla, sino una guerra institucional de largo aliento que no requiere de caudillos, guerreros solitarios, o cinches. Necesita instituciones confiables, ciudadanos comprometidos, educados y sanos, que se informen, que participen, que denuncien, que defiendan sus derechos y su dignidad sin necesidad, repito, de ídolos con pies de barro.
El último sondeo de Pulso Perú podría ser un indicio de que el presidente necesita volver a su ayllu y a sus tareas cotidianas. La calificación global que se le da a su Gobierno es de 11 sobre 20. De nueve indicadores sobre su gestión, está jalado en cinco: desaprobado en fomento de la inversión, desaprobado en los avances de la reconstrucción del norte, desaprobado en el manejo de la economía, en la generación de empleo y en seguridad ciudadana.
Inteligentemente, el Ejecutivo ha decidido titular este año como el de la lucha contra la corrupción, tratando de estirar el tiempo de guerra y la sensación de peligro. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Cuánto más servirán los aplausos del bando victorioso para tapar la música desafinada que surge del clima económico? ¿Cuánto más podemos esperar reformas profundas en el ámbito laboral? ¿En nuestro desintegrado y despilfarrador sistema de salud? ¿En la lenta y timorata inversión extractiva responsable, tanto en minería como en hidrocarburos? Más aún, ¿cuándo asumirá nuestro presidente el liderazgo urgente en la guerra (real y sangrienta) contra el narcotráfico, la violencia en todas sus formas, la tala ilegal de árboles o la minería ilegal?
Hay historias de cinches que quisieron perpetuarse en el poder y se embriagaron con la admiración pasajera del pueblo. Ya no hay espacio para contarles el desenlace de esas historias, pero deben saber que su final nunca fue romántico ni feliz.
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