J. Eduardo Ponce Vivanco
¿“Una sola fuerza”?
Sobre la grave pugna política entre los poderes públicos
Esa frase feliz alentó la esperanza de muchos peruanos en la reacción de sus políticos frente a los desastres naturales que nos afectaron tan severamente hace pocos meses. La esperanza de que ellos, los políticos, serían capaces de relegar diferencias e intereses partidarios –u otros– para dar una mano firme y solidaria al Perú. La esperanza de que “Una sola fuerza” era un lema que expresaba la posibilidad de mantener ese espíritu más allá de la fase crítica de la tragedia. La voluntad de superar resentimientos inmaduros. El compromiso de frenar la agresividad y disminuir las tensiones que destruyen la confianza, pervierten la democracia, frenan el crecimiento, ahuyentan la inversión, afectan el empleo, aumentan la corrupción, fomentan la violencia y estimulan el pesimismo. Una rectificación de esas conductas que bloquean el futuro de progreso y armonía que inspira a los ciudadanos, reforzando la impresión de que los políticos son un factor negativo para el Perú. De que son ellos mismos los que convirtieron a esa “sola fuerza” en un sentimiento efímero.
Qué mejor prueba que lo ocurrido con la “Reconstrucción con Cambios”, resultado emblemático de esa fuerza que duró tanto como las buenas noticias. ¿Es posible que el respetado presidente del respetado Banco Central de Reserva tenga que advertir periódicamente que el encrespamiento político puede afectar la recuperación económica y las perspectivas de empresarios e inversionistas? ¿Alguien ha escuchado decir a los políticos —inclúyase a parlamentarios oficialistas— que la economía nacional mejora? ¿Quién saluda los comentarios elogiosos del exterior?
Dos son las noticias predominantes en estos días: el partido de la selección peruana contra la de Nueva Zelanda y las afiebradas acusaciones constitucionales que resuenan en el Congreso. La visita del Papa se recuerda, a veces. El triunfo deseable de la “blanquirroja” ha tomado el lugar de “una sola fuerza”, con la diferencia de que la voluntad nacional no determina el resultado del fútbol. ¿Qué pasará si no ganan? ¿Y cómo contrarrestaremos el previsible apoyo del Papa a la resistencia antiminera de las comunidades originarias peruanas, brasileñas y bolivianas que se congregarán en Madre de Dios?
La gravedad de la pugna política entre los Poderes Públicos —Ejecutivo, Congreso y la dupla Judicatura/Fiscalía— no se ha visto ni en los peores momentos. Las acusaciones constitucionales han tomado el lugar de las interpelaciones, amenazando competencias autónomas que no excluyen la del Tribunal Constitucional. Que el Ministerio Público investigue a organizaciones partidarias en el marco de las organizaciones criminales es tan inusitado como ver a magistrados del TC recurriendo a la jurisdicción interamericana de DD. HH. para protegerse contra denuncias del Congreso.
Los políticos —justos y pecadores— no tienen derecho a ignorar el desprestigio internacional provocado por estos excesos de “lesa institucionalidad”, cuyos costos pagamos todos los peruanos. Ellos tienen la obligación perentoria de demostrar idoneidad, absteniéndose —por lo menos— de perturbar la paz y obstaculizar el desarrollo de los gobernados. Si están convencidos de que la oposición es el único camino seguro para conquistar el poder, una buena forma de enmendar rumbos sería comprender que la práctica de oponerse solo puede ser beneficiosa si no provoca la futura revancha de las víctimas contra sus victimarios. Solo así lograríamos civilizar este escenario político tribal y, tal vez, hacer un espacio a la ilusión de llegar a ser “una sola fuerza”.
- Eduardo Ponce Vivanco
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