Darío Enríquez

Un país que se encuentra al borde de la quiebra moral

El caso de nuestro Perú requiere una profunda reflexión

Un país que se encuentra al borde de la quiebra moral
Darío Enríquez
26 de octubre del 2022

En 1990, nuestro país se encontraba al borde de la inviabilidad política, social y económica. Sufríamos entonces los estragos del gravísimo proceso hiperinflacionario consecuencia del nefasto modelo sociomilitarista impuesto por la dictadura militar que se inició en 1968. El tejido social estaba hecho trizas, con el agravante de la violencia terrorista que perpetraban Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).

El modelo sociomilitarista se formalizó con la nueva Constitución de 1979, contando con la complicidad de los partidos políticos y la cobardía de sus líderes. Los militares usurpadores devolvieron el poder a los civiles en 1978 con la Asamblea Constituyente y en 1980 con la convocatoria a elecciones generales. Ganó el arquitecto Fernando Belaunde, el mismo que fuera expulsado del gobierno por el golpe de estado en 1968. Ni Belaunde en 1980 ni Alan García en 1985 supieron revertir el modelo y más bien acentuaron sus nocivas consecuencias. No tuvieron ni la sapiencia ni el coraje de hacerlo. 

Ya en la década de los noventa un desconocido “chinito”, Alberto Fujimori, accedió sorpresivamente a la segunda vuelta electoral y derrotó inobjetablemente al laureado novelista Mario Vargas Llosa. Lo que parecía un salto al vacío y la inminencia de una fase terminal en nuestra crisis se convirtió pronto en un proceso que logró revertir el modelo sociomilitarista que nos hizo trizas. Los hechos están allí, y los relatos falaces y las leyendas urbanas sobran. El Perú pasó de 65% de pobreza en 1990 a 12% de pobreza en 2012. Dos décadas de saneamiento, liberalización parcial de la economía y sentido común fueron sustento del llamado “milagro peruano”.

Sin embargo, una vez más, se cumplió inexorablemente el teorema de Escohotado, referido a cómo surgen y se sostienen los proyectos “colectivistas”. No emergen cuando campea la pobreza. Eso lo descarta la historia. En verdad logran gran audiencia y se propagan con mayor eficacia cuando mayor riqueza genera una sociedad. Era el caso del Perú, que redujo 53 puntos el indicador de pobreza en solo dos décadas, con tasas de crecimiento elevadas y sobrellevando con éxito hasta tres grandes crisis internacionales.

El colectivismo de hoy ya ha olvidado su ética del trabajo y la propiedad de los medios de producción. Antes para ellos el trabajo era un valor fundamental, hoy lo es el clientelismo desde el aparato burocrático estatal. Se dieron cuenta de que es mucho más fácil recurrir al cobro de impuestos confiscatorios y a una estatización “de facto” contra la actividad económica privada con presión tributaria real mayor al 50%. 

Una de las claves del éxito en los noventa fue la reducción del aparato estatal, que abría enormes agujeros presupuestales cubiertos con el impuesto de la inflación. Se llegó a tener 500,000 empleados estatales, la mayoría de ellos en servicios esenciales de salud, educación y seguridad. En 2022 hay al menos cinco millones de personas, entre empleados, consultores y proveedores de servicios para el Estado. Estas dos últimas modalidades son fuentes inacabables e impunes de corrupción y desfalco del erario público.

No debe sorprender que la crisis que vivimos hoy sea sobre todo moral. Corrupción e indiferencia cunden por doquier. También es económica, por supuesto: la pobreza se ha duplicado desde 2012 hasta 2022, pasando de 12% a 25%. Algunas mediciones proyectan un 33% en pocos meses. No es solo por la pandemia, puesto que en 2019 ya teníamos todas las tendencias hacia abajo. Pero como en su momento sufrimos un 65% de pobreza, al parecer la mayoría no se siente aún interpelada por estos guarismos. De hecho, nuestras clases medias –la tradicional y la emergente– se muestran en su mayor parte apáticas e indiferentes al descalabro generalizado que nos espera en muy poco tiempo.

Con los colectivistas estatistas en el poder, la confianza en el ambiente de negocios llega a mínimos históricos y eso realimenta negativamente el proceso de nuestra economía. Llama la atención lo que vivimos, porque serán esas clases medias las que, por contraste con la fiesta que siguen viviendo hoy, sufrirán con mayor intensidad la caída en su bienestar material.

El caso de nuestro Perú requiere una profunda reflexión. La generación que recibió un país ruinoso en 1990, logró un Perú próspero, dinámico, con presente y futuro, en 2012. Por supuesto, con muchos problemas aún por resolver, pues la magia no existe. Además, cada avance logrado siempre plantea nuevos retos a abordar, otros problemas a los que hacer frente. Pero la generación que ahora se encuentra asumiendo la responsabilidad, lo está echando todo por la borda. Su nivel de compromiso es mínimo. Ha reducido el concepto del deber a su mínima expresión y los falsos derechos a su máximo nivel. No aspira al conocimiento, la cultura y el crecimiento espiritual. Se ha entregado al disfrute de antivalores y hedonismo. Ha dejado de lado el esfuerzo, el talento y la dedicación como fuente del progreso ¿Estaremos a tiempo?

Darío Enríquez
26 de octubre del 2022

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